Los bachaqueros, salvavidas del consumo en Venezuela


Para la mayoría de los venezolanos, las históricas elecciones legislativas del 6 de diciembre parece que se celebraron hace mil años, aunque los electores propinaron una aplastante derrota al partido socialista de gobierno. Sólo la mancha de tinta, ya casi desaparecida, en los dedos, les recuerda que votaron hace sólo unos días. Y el regreso a las dificultades de la vida diaria ha ayudado a hacer que las elecciones pasen rápidamente al recuerdo.

Pero las filas interminables de personas que esperan horas para comprar todo tipo de artículos no han desaparecido. En meses recientes, la búsqueda de bienes básicos se ha hecho más urgente y desesperada. “No tenemos ni arroz ni frijoles. Esto es comida de pobres, y no tenemos ni esto”, me dijo Dilma Ruz, madre de dos hijos, un día antes de los comicios en un barrio marginal llamado El Torre, en la zona de clase trabajadora de Petare.

Dilma explica que la única forma en que puede alimentar a sus dos hijas pequeñas y encontrar alguna paz mental es llamar a un “bachaquero”, compradores que revenden productos a altos precios. El nombre se deriva de un tipo de hormiga sudamericana llamada “bachaco”. Y el término se acuñó para identificar a los traficantes que realizan negocios ilegales entre Venezuela y Colombia.

Estos bachaqueros cruzan la frontera con el contrabando a las espaldas o encima de la cabeza. Desde el aire se les puede ver caminando en fila india, como si fueran hormigas.

Los bachaqueros funcionan como parte de una cadena. Consiguen productos de primera necesidad a través de un canal que comienza con la persona que los oferta a un distribuidor, y concluye con un vendedor callejero al final de la cadena. Algunas veces hay más intermediarios, lo que resulta en precios más elevados.

“Los precios suben mucho para cuando los productos llegan a mis manos”, dice una bachaquera, quien por razones de seguridad se limitó a identificarse sólo por su nombre, Adriana. La mujer ofrece un vistazo al mercado negro que funciona en casi todas partes en Venezuela.

La razón del aumento de los precios es sencilla: cada eslabón de la cadena exige su parte de las ganancias. Con frecuencia, dice Adriana, una persona con acceso a bienes del hogar decide no vender un producto en específico para provocar una mayor demanda, y un mayor precio.

“Es un abuso. La gente que necesita esos productos no tiene dinero, y entonces para mi se convierte en algo que no rinde dinero”, se lamenta Adriana, quien da un ejemplo: “Un rollo de papel higiénico solía costar 2,500 bolívares, pero ahora yo lo puedo conseguir por 7,000. Es el mismo papel, la misma calidad, pero el precio se ha triplicado. Es absurdo”.

En momentos como éste resulta obvio la incomodidad que le causa la situación. Adriana quiere ayudar a a la gente a conseguir productos escasísimos, como leche, aceite para cocinar y pan. Pero, por otra parte, también necesita ganar dinero para mantenerse. Adriana reconoce que el principio de su carrera de bachaquera, que comenzó hace como un año, los precios fijados por su distribuidor eran razonablemente bajos y ella ganó una fortuna.

“En estos días es mucho más difícil ganar dinero”, afirma, a pesar de que el gobierno mantiene los precios a niveles asequibles. Pero casi no hay oferta de productos. Las reglas de control del gobierno son una de las razones que permiten prosperar a los bachaqueros. Y si no pueden vender sus productos en Venezuela, los envían a Colombia.

El gobierno del presidente Nicolás Maduro culpa a personas como Adriana por la difícil situación económica del país, diciendo que la estrategia bachaquera de acaparar los productos con la intención de venderlos después aquí o en Colombia no sólo daña la economía venezolana, sino es la razón de la escasez de productos básicos y las largas filas.

Maduro insiste una y otra vez que es la mafia derechista la que controla el mercado negro y califica sus actividades como una guerra económica que libran los bachaqueros contra la revolución y su pueblo.

Adriana desestima las acusaciones de Maduro. La mujer está segura de que la culpa la tienen los funcionarios corruptos del gobierno. “Cierto, es la mafia, pero la gente con acceso a los productos son chavistas o alguien relacionado con ellos”, explica.

Es un lunes por la tarde y Adriana espera a uno de sus “clientes”. La mujer ahora vende productos de forma regular a diez caraqueños. Todos viven en los barrios más acaudalados de la ciudad, como Altamira, Chacao y Sucre. Desde hace algún tiempo, estos vecindarios votan abrumadoramente por la oposición, y el 6 de diciembre no fue la excepción.

Finalmente, un hombre de edad mediana llega conduciendo al estacionamiento soterrado donde Adriana lo espera con una caja grande llena de productos, como leche en polvo, que ya ha reemplazado a la leche fresca. La leche era algo que el cliente necesitaba desesperadamente, y cuando Adriana le dijo el precio, el individuo aceptó con alegría.

“Ella me ayuda no solamente a conseguir lo que no puedo encontrar en ninguna parte, sino más importante, gente como ella le ahorra tiempo a uno, no tengo que estar horas en una fila. Le estoy muy agradecido”, dice el hombre, quien se negó a identificarse por temor a represalias del gobierno.

Sin embargo, Adriana no hace milagros. Incluso su distribuidor, quien está bien conectado, no puede entregarle muchos productos, sobre todo desodorante, pañales para niños y toallas sanitarias.

“La Venezuela de Maduro está totalmente saqueada”, dice Dilma Ruz. Ella votó, dice, contra el régimen a pesar del hecho de que se considera chavista. Dice que no le queda energía para ser políticamente activa. “Todos los días me preocupo mucho por mis hijas, para que no pasen hambre”, dice.

Tomado de El Nuevo Herald

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