La virgen de la Tablita


La pequeña crónica de La Virgen de la Tablita de Darío Jaimes Díaz, trascrita a continuación, corresponde a una de nuestras leyendas religiosas más auténticas y contemplativas que tuvo lugar en el barrio Villa Antigua a principios del Siglo XX. Su hallazgo ocurrió en la humilde vivienda de teja y bahareque reconstruida después del terremoto de 1875 por sus sobrevivientes, situada exactamente entre la Plaza de las Banderas y el flanco posterior de la casa del General, dando frente con la casa de la familia Vivas Sanabria, en sentido  La Parada-Cúcuta, colindante a su vez con la del próspero viñador don Víctor Suárez, por cuyos solares transcurría serpenteante la toma de riego del río Táchira que atraviesa el parque Grancolombiano, y de donde dice Fernando Hernández (77) –criado en el lugar y hermano de Ana Cecilia, esposa del segundo  Eliodoro–, la rescató el padre de Lina Rosa entre un remolino de la pequeña quebrada para usarla como base de la plancha de hierro triangular que calentaban al fogón para el arreglo de la ropa. 

Fue el sacerdote Mario Laguado Guerrero quien la obtuvo de la familia Astidias Gutiérrez alertado por la romería que despertaba la imagen en el modesto rancho, y por la cantidad de pequeñas piezas en oro y relicarios de bisutería diseminados alrededor de la imagen veneranda. Desde entonces se la honra en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, aunque, según el imaginario popular, tres veces desapareció de su nicho y tres veces fue rescatada por el clérigo silero envuelta en túnica blanca en el baúl familiar de doña Lina Rosa a donde iba a parar misteriosamente.

LA VIRGEN DE LA TABLITA (Crónica)
Por: José Darío Jaimes Díaz, de su obra “Tonterías, cuentos y crónicas de un rosariense.
(Transcripción, introducción e imagen: Francisco José Rodríguez Leal.)

Los padres de la señora Lina Rosa Gutiérrez tenían una tabla en la que ponían la plancha cada vez que alisaban la ropa. Por los años de uso y el calor que recibía, se chamuscó; y entonces resolvieron botarla y buscar otra.

Duró la tabla meses abandonada y olvidada en algún rincón del patio. Hasta el día en que necesitando leña para el fogón, la recogieron junto a tres palos. Y cuál no sería el asombro de la pareja al ver que en la negrura de la tabla carbonizada se veía nítidamente estampado el manto de la Virgen. Llenos de fe, de santo temor y devoción, la pusieron en el altar de la casa, y comenzaron a alumbrarla y a rezarle.

Al morir los esposos Gutiérrez y casarse Lina Rosa con Eliodoro Astidias Díaz, heredaron la tabla con la imagen de la Virgen, y siguieron alumbrándola y rezándole. Los viernes de cada semana la bañaban ritualmente en la toma de agua que pasaba por a la casa.

«La Virgen de la Tablita», como comenzó a llamarla el pueblo, nos colmó de milagros y favores. Nosotros le llevábamos flores y velas, y representaciones en oro de brazos, piernas, manos y ojos, en pago de las promesas por las mercedes recibidas.

La imagen de la Virgen tiene la virtud de que en ocasiones se ve solo del ángulo derecho; otras del izquierdo; otras de frente, e incluso ocurre que por más que uno desee verla, no lo logra.

Al morir don Eliodoro, la Virgen pasó a poder de sus hijos; hasta el día en que el cura párroco resolvió llevarla al templo donde se encuentra, siendo allí muy venerada.

A los hijos y nietos de la familia Astidias Gutiérrez únicamente les quedó el recuerdo y el remoquete con el que el pueblo los llama: «Los Tablita».

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