Niños abandonados - Por: Renson Said


La derecha en Colombia (esa derecha dura, asfáltica, cavernícola, cuyas ideas apuntan a un proteccionismo simplón de la familia; que, confabulada con la Iglesia –cristiana y católica- satanizaron las cartillas sobre educación sexual en los colegios para que los niños no aprendieran a respetar la diversidad sexual), esa derecha, digo, representada a nivel nacional en el ex procurador Ordóñez, el senador Álvaro Uribe, la senadora Vivian Morales y todos los curas y el 90 por ciento de los uribistas, incluso, a nivel local, representada en Ciro Rodríguez, Juan Manuel Corzo, Juan Carlos García y el concejal uribista Juan Capacho, son culpables, ellos también, de que algunos curas sigan violando niños en la más infame complicidad. El silencio de ustedes, señores de la derecha polvorienta a naftalina, ha sido el abono sobre el cual muchos sacerdotes y pastores siembran sus desviaciones y vejámenes contra la infancia y atentan contra la unidad de la familia.

Todos los católicos (y me refiero a los que tienen la capacidad de pronunciarse en un medio de comunicación) que guardan silencio, son cómplices. Prefieren tragarse el sapo de la vergüenza antes de reconocer públicamente que no tienen un faro moral que los guíe. 

El reciente escándalo de violación sexual del cura William Mazo a dos niños en Cali no puede verse como algo aislado. Al contrario, ha sido un comportamiento recurrente en las iglesias a los largo de los siglos. Marcial Maciel, líder del más exitoso movimiento del nuevo catolicismo (el fundador de los Legionarios de Cristo) era un pederasta y drogadicto y sospechoso de asesinato. Juan Pablo II sabía todo esto, pero calló porque Marcial Maciel contribuía enormemente al aumento del poder económico de la Iglesia de Roma.

Acá, en Cúcuta, el padre José Virgilio Chona fue condenado a 80 meses de prisión por acceso carnal violento con un muchachito de 13 años. En México, el sacerdote Francisco Javier Castillo violó a su acólito de 12 años durante 24 meses: “este es parte de los sacrificios que debes hacer, si quieres también ser sacerdote”, le decía el desgraciado al niño desprotegido. Pero es que todos los niños están desprotegidos: desde el desventurado Edipo de que nos cuenta Sófocles, abandonado a su suerte, en la tragedia griega, hasta los niños de Balzac y Dickens y la Eréndira de García Márquez. Todos ellos modelos tomados de la realidad.

Hay una guerra a muerte en América Latina contra los niños. Y si han sido explotados, esclavizados, reclutados para la guerra, abusados sexualmente es porque no tienen la edad suficiente para votar en elecciones y, por lo tanto, a nadie les importa. Están por fuera de las políticas públicas. 

Por eso el “Plan Biberón”, del concejo de Cúcuta (que me parece una pendejada) y que consiste básicamente en que habrá un policía por cada concejal protegiéndolos como a párvulos, debería ser un plan para los niños. Las gallinas del concejo se blindan asustadas, mientras la ciudad, y sus niños, enfrentan el peligro en sus propias carnes. Los concejales actúan como si en su infancia hubieran sido acólitos, y ahora, de adultos, se arropan con la misma cobija. Son como niños abandonados.

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