Las espigas de Villa del Rosario


Hectáreas  verdes llaman la atención de los visitantes a Villa del Rosario. Los cultivos de arroz sucumben ante las brisas del medio día. Como resultado, un movimiento semejante a las olas del mar, regala la mejor vista del arrozal.  Ese lugar con altas espigas, es la tierra labrada por hombres del campo.

La ardua labor inicia, a diario, a las  5:00 de la mañana. El café recién colado esparce el aroma por el interior de la casa donde habitan los labriegos. Jaime y Fernando Buitrago son hombres de campo. Las manchas de sol y las manos gruesas y ásperas denotan el arduo trabajo durante largos años mientras labran la tierra fértil del municipio histórico. Camisa ancha, manga larga; bluyines sueltos y sucios; botas pantaneras y sombrero de fique para cubrirse de los posibles estragos causados por el sol, dejan al descubierto el tiempo entregado por estos hombres al cultivo de la tierra.

La tenacidad reflejada en  los movimientos se hace más fuerte al hablar del arroz. Jaime deja constancia de la inmensa dedicación y del amor que tienen por el latifundio que les pertenece, y heredado del padre.

A las 6:00 de la mañana, empieza la labor. El retraso lo ocasiona la visita inesperada de un fisgón con ganas de conocer los arrozales. Media hora después, comienza a rodar la aventura por su mundo. Mantiene la actitud serena y entrega detalles sobre cómo su vida gira en torno al arroz. Los labios secos esbozan una sonrisa al repasar las actividades del día. El amor por la familia y el campo hacen de Jaime un campesino alegre.

El área donde se desenvuelven consta de 20 hectáreas. El cultivo de arroz significa la economía, el sustento y la calidad de vida. Jaime  se monta en el tractor, antiguo, oxidado y de sillón desgastado. La primera línea para espigar está al frente. Cuenta anécdotas personales. Cuando ha terminado la tarea da vuelta al volante y sigue con otra línea.

El camino lleno de lodo atasca el tractor por unos segundos. Jaime, tranquilo, indica que hay problemas. “Nos quedamos”. La situación es confusa por unos minutos. El vehículo agrícola arranca y continúa el camino.

El reloj marca las 8.30 de la mañana. La esposa de Jaime llega al campo con una bebida refrescante para mitigar el calor. El sistema de riego presenta problemas. El agua fluye de la parte alta del arrozal a la baja, regulándose mediante una caja de madera. El vertido se produce desde la última “caja de desagüe”, que se usa para mantener el nivel estable.

Entre los inconvenientes del sistema destaca cómo se insertan  los pesticidas a las aguas públicas, el aporte constante de agua fría por la parte alta de las hectáreas y el retraso en la maduración. Todo esto perjudica los rendimientos en las zonas cercanas a la entrada de agua y la aplicación de herbicidas, lo que genera un menor control de las malas hierbas.

Después de algunas horas de trabajo para arreglar el sistema de riego y de cerciorarse que funcionara plenamente, llega la hora del almuerzo. Son las 12:00 del día. Las brasas ardientes de la fogata  hacen hervir el consomé de gallina que Esperanza preparó con el mayor del gusto para los labriegos que cumplen el jornal en las 20 hectáreas de arroz.

En una mesa larga de madera, con tablones a los costados, los trabajadores comienzan el ritual. Agradecen por la comida servida y por permitir ingerir los alimentos. “El campo hace que la vida te enseñe su mejor forma de vivirla”, dijo Jaime desde la cabecera al tiempo que brinda con el vaso agua de panela fría por otra mañana en el campo. El consomé reconforta luego de la exhaustiva tarea.

Sembrar y espigar arroz es un acto de unión, compromiso y dedicación por el latifundio que les pertenece hace más de una década. El arroz que brota de las hectáreas de la familia Sánchez se ha caracterizado por el color blanco y la suavidad. Es comercializado en pequeñas cantidades en las tiendas aledañas a la finca.

Jaime lo concibe como una manera de entregar al prójimo las maravillas cultivadas. “La producción de la tierra debe ser compartida con nuestros semejantes”, dijo Jaime Buitrago.

JESSICA DÍAZ
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de Pamplona
Campus de Villa del Rosario

Tomado de Contraluz

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