Villa del Rosario, joya histórica por razones de peso


Por: Francisco José Rodríguez Leal

Antes de plantear los blasones que adornan y enaltecen a nuestra inigualable joya territorial, es necesario hacer justicia al insigne historiador Luis Gabriel Castro Maldonado, que dedicó su vida a la búsqueda de la verdad histórica una vez tomó conciencia de la importancia de su tierra natal en los hechos de la Independencia y en el nacimiento de la República.

Su búsqueda incansable entre archivos y documentos en una época en la que la informática no estaba ni siquiera en germen, hace más meritoria su obra escrita en la década de los años 30 y laureada en dos concursos nacionales, el primero organizado en Cúcuta por la gobernación de Norte de Santander en 1940, y el segundo en Bucaramanga por el Centro de Historia de Santander en 1942. El nombre de su libro, La Capital de la Gran Colombia, no podía ser otro por los acontecimientos que en 1821 tuvieron lugar en la Villa del Rosario, considerada por el Libertador como “el lugar más bien proporcionado”.

En sus investigaciones nuestro brillante cronista sustrae de su error a otros historiadores que daban como fundador de la ciudad a un opulento agricultor de nombre Ascensión Rodríguez, cuando en realidad, según la carta de solicitud de los pobladores para su erección en parroquia en 1771, porque la escritura original no ha sido hallada todavía, sus fundadores fueron dos: la acaudalada viuda doña Ascensia Rodríguez de Morales y el ex gobernador de la ciudad de San Faustino, don José Díaz de Astudillo, quienes cedieron los terrenos necesarios para la creación del nuevo asentamiento humano.

En sus orígenes, la incipiente población que estaba constituida por ranchos de paja y un escaso número de casas humildes habitadas por colonos españoles con su servidumbre de indios y negros esclavos, se conoció con el nombre de La Fundación de Nuestra Señora del Rosario, y contaba con una capilla construida en 1738 que permitía inferir el proceso de colonización de nuestras vegas con anterioridad a esta fecha. 

El 5 de agosto de 1761 se erigió como vice parroquia dependiente de la parroquia de San José de Cúcuta, adscrita a su vez a la jurisdicción de Pamplona; y esta fecha, contra el criterio de muchos rosarienses, ha sido acogida por ahora como la data de su fundación hasta tanto se la pueda desvirtuar con la escritura original extraviada hasta hoy. 
El 11 de febrero de 1773, por nueva petición de los feligreses, es elevada por decreto eclesiástico a la categoría de parroquia, fundamentando dicha solicitud en las inundaciones del río Pamplona (hoy Pamplonita) que impedían la presencia del cura de San José de Guasimal (hoy San José de Cúcuta) en las estaciones de invierno, en las dificultades que presentaba el camino de herraduras hasta este cantón, en el crecimiento de la población, el auge comercial del cacao y en la edificación avanzada de una nueva capilla para los oficios religiosos en los terrenos adquiridos a doña Encarnación Medrano, que daría albergue posteriormente a los congresistas de 1821.

Más tarde, el 18 de mayo de 1792, el monarca español Carlos IV por Cédula Real le concedió el título de Noble, Fiel y Valerosa Villa, contando para entonces, según el censo ordenado por el Virrey don José de Ezpeleta, con una población de 2.473 almas.

Para el periodo previo a la instalación del Congreso de 1821, la antigua población la conformaban seis (6) barrios: el de Sogamoso al norte; el Rastrojo al noroeste; El Pueblito al oriente; el Bochalema a continuación de éste; el de Los Ejidos donde se erige hoy la nueva ciudad luego del Terremoto de 1875, y El Tamarindo al sur en donde está plantado el árbol que le da su nombre.

En 1851, durante su visita, así describía a la Villa del Rosario el historiógrafo, periodista y abogado colombiano, Manuel Ancízar en el Capítulo XL de su obra “Peregrinación de Alpha”:

“Rodeada por arboledas frondosas, a cuyo amparo crecen los perfumados cacaotales, tiende la Villa del Rosario sus calles rectas, limpias y bien empedradas [por una de las cuales discurre la fuente de agua que recoge para el consumo la comunidad], y levanta sus casas de teja y su espaciosa iglesia bajo muchos respectos memorable. No es población ruidosa y agitada como San José, sino quieta y con algo de solemne que sienta bien a la cuna de Colombia (…). La villa se encuentra junto al río Táchira, en una vega estrecha poblada de árboles que resguardan las plantaciones de cacao extendidas hasta meterse en los patios. Tiene 2.000 vecinos, y su distrito 4.580; el temperamento es sano, marcando el termómetro centígrado de 25 a 29°; la altura sobre el nivel del mar 348 metros. La población se compone de blancos, mestizos y africanos, gente buena y los más de ellos agricultores, sucediendo que muchos tienen sus casas en tierra granadina junto a la orilla izquierda del Táchira, y sus labranzas al otro lado de la frontera, por donde vienen a ser neutros en materia de nacionalidad: si en la Nueva Granada hay reclutamiento, aquellos neutros pasan al Táchira, se alojan en el conuco y se dicen venezolanos: si el apremio viene de Venezuela, se están en la casa muy tranquilos y ponderan su calidad de granadinos, de manera que no prestan asidero por ningún lado.”

Años después, el 18 de mayo de 1875, a las 11:15 de la mañana, un terremoto de inmensas proporciones destruyó la iglesia y las viviendas de las siete manzanas que constituían la antigua población, incluida la casa del General y el edificio de dos pisos que sirvió para las deliberaciones de los congresistas, conocido como La Bagatela, propiedad de la heroína tachirense María del Carmen Ramírez Briceño, y que fuera morada de los expresidentes Juan Germán Roscio, Francisco de Azuola y Antonio Nariño. Y a partir de esta fatalidad, se decide la construcción de la ciudad que hoy habitamos en la colina del barrio Los Ejidos, en los terrenos adquiridos a los parientes Mateo Díaz, José Antonio y Juan José Díaz Rueda en 1793; tal como pueden observar en sus Certificados de Tradición y Libertad los propietarios de hoy.

Villa del Rosario, además de ser la cuna de Colombia y del Hombre de las Leyes, como llamó Bolívar a Santander, presenta uno de los legados más importantes de nuestra historia desde que en las haciendas Los Trapiches y Las Lomitas prendiera la llama de la insurrección comunera de 1781 hasta la cristalización de la república en el Congreso del 06 de mayo de 1821 que hizo realidad el sueño del Libertador con la expedición de la primera Constitución de Colombia tras la unión de la Capitanía General de Venezuela y las provincias de la Nueva Granada. En su suelo reposan entre otros héroes de la epopeya independentista, los restos del doctor Juan Germán Roscio (venezolano), el general de brigada Luis Eduardo de Azuola y Rocha (bogotano), el general Pedro Fortoul Sánchez (rosariense y primo de Santander) y de los 17 próceres honrados para la posteridad en la Plaza de Los Mártires. 

Dos hijos de esta tierra miembros de la Junta de Gobierno del 20 de julio de 1810, dejaron estampadas sus firmas en el Acta de Independencia: el abogado Frutos Joaquín Gutiérrez de Caviedes y el presbítero Nicolás Mauricio de Omaña y Rodríguez, tío y tutor del General Francisco de Paula Santander.

En el valle de Juanfrío, el 23 de septiembre de 1819, el general Carlos Soublette al mando de las fuerzas patriotas puso en fuga hacia Venezuela al enemigo español. Las montañas de Palogordo y La Garita ofrecieron refugio a las familias que en el fragor de la guerra salvaron sus vidas tras sufrir la persecución del ejército realista.

El 05 de octubre de 1821, luego de su posesión como presidente de Colombia en el solio presidencial de La Bagatela, Simón Bolívar envía desde allí una carta al general Carlos Soublette donde le confiesa que “si yo quedase mandando, pediría que fuese aquí [la Villa del Rosario] la residencia del gobierno”; pero en su mente ardía el compromiso de libertar toda la América del Sur, como casi lo logra.

En nuestro suelo, durante los 166 días en que fuimos capital del nuevo territorio que conformaron Venezuela y Colombia se redactó en letra preciosista del puño del Precursor Nariño, la primera constitución de la naciente república, y luego con la llegada de la Imprenta Patriótica desde Bogotá, se editó el órgano oficial del congreso llamado La Gaceta de Colombia. Por esta última circunstancia Villa del Rosario es pionera del periodismo en Norte de Santander.

En 1892 por decreto del 03 de junio, con ocasión de una epidemia de fiebre amarilla en Cúcuta, Villa del Rosario fue escogida como cabecera del Circuito Judicial, trasladándose aquí las oficinas del Juzgado, la Fiscalía y la Cárcel del Circuito con sus respectivos presos, hasta el 15 de mayo de 1893.    

Por espacio de cuarenta (40) años, hasta 1936, Villa del Rosario dispuso de estaciones de pasajeros y servicio de ferrocarril, como lo evidencian las subestaciones de El Escobal, Boconó, Las Lomitas, y patéticamente las ruinas de la Estación del Kilómetro 14 en Villa Antigua, vendida en 1992 por un alcalde advenedizo por menos de $ 9000.

Aquí, los ex presidentes, el Dr. Eduardo Santos y el General Eleazar López Contreras pusieron fin a una diferencia de más de un siglo suscribiendo el tratado de límites de Colombia y Venezuela.

Villa del Rosario, para más notoriedad, es cuna de presidentes, pues además del general Francisco de Paula Santander, lo fue por su origen ancestral José Vicente Concha (1914-1918), nieto del coronel rosariense José Concha Sánchez (primo de Santander) asesinado en 1830 por las huestes realistas del coronel Cruz Carrillo en una de las calles del caserío de San Luis al tratar de conquistar la plaza de Cúcuta.

En la misma casa donde viera la luz el General Santander, nació el ingeniero y matemático Manuel Antonio Rueda Jara. En una humilde vivienda de la carrera 7ª N° 8-40 de la nueva ciudad, vino al mundo nuestro ilustre historiador Luis Gabriel Castro Maldonado; más abajo, en la carrera 5 entre calles 8 y 9 del barrio Piedecuesta, se escuchó el llanto del maestro Fernando Jaimes, y más arriba, en el barrio La Palmita, el de José Darío Jaimes Díaz, autores, tío y sobrino, de la música y la letra de nuestro himno regional, respectivamente, y del único repertorio original de nuestra música autóctona con el tema Cabeza de Hacha (Amor y Olvido) como la canción que le ha dado la vuelta al mundo. Además, José Darío Jaimes es autor de tres libros: “Tontería, cuentos y crónicas de un rosariense”, “De lo monacal a lo profano” y “Apología del Recuerdo”.

En los albores del Siglo XX, el boyacense José Jacinto Manrique (1857-1947), músico, político, periodista y médico homeópata del pueblo, construyó una fortaleza con un túnel en su interior que sirvió de escondite durante la confrontación de la Guerra de los Mil Días y las refriegas bipartidistas. En sus aposentos se imprimió en 1908 el semanario Ecos de la Frontera, dirigido por él, y del que se conocieron 14 ediciones.

En la calle 7ª, entre la carrera 4ª y el Puente El Descanso del barrio Piedecuesta, don Lino Galavis Carriedo y su esposa Eva Girón fundaron la tostadora Café Galavis en 1916. Y posteriormente, tras la desaparición del ferrocarril, con Ignacio Olarte, don Paco Guerrero y los cucuteños Ramón Gómez y Pedro Rincón fundaron las empresas de transporte de pasajeros en nuestro municipio: La Corta Distancia Ltda., todavía vigente, y la 449, ya desaparecida.

Estos blasones, y muchos más que pudiéramos enumerar, son razones de peso para decir con orgullo que Villa del Rosario es la reliquia del periodo de la Independencia y de la República en el concierto de naciones libertadas por el Genio de América, Simón Bolívar. Y que si bien Cartagena, Santafé de Bogotá y Plamplona constituyen el más importante legado de la Colonia, a Villa del Rosario le cabe el honor de ser el origen del estado moderno como baluarte de la democracia.

Bibliografía.

Castro Maldonado Luis Gabriel, La Capital de la Gran Colombia, Segunda edición. 1971, imprenta departamental de Cúcuta.
Ancísar Manuel, La Peregrinación de Alpha, editorial Echeverría, Bogotá.
Museo fotográfico La Bagatela, 2005.

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