El "loco" de al lado


Por: Alfonso Cuellar
Es una de las fronteras más convulsionadas del mundo. Separa a una democracia y una dictadura. La primera vive en ascuas de su vecino, que es gobernado por un dirigente errático, impredecible y peligroso. En ese país la verdad es absoluta y quien cuestione el dogma es calificado de enemigo y criminal.

Cada cuanto, hay crisis, casi todas fabricadas por el gobernante de al lado, quien sufre de la fobia de la persecución. Ve enemigos por todas partes. Se imagina invasiones de paramilitares foráneos y vive aterrorizado por amenazas a la supervivencia de su régimen, las cuales achaca frecuentemente a Estados Unidos, su contradictor ideológico. A este último lo acusa de conspirar con los sectores más reaccionarios del país vecino y de inventarse rumores maliciosos como el cuento de que existe un grave desabastecimiento de productos esenciales.

Según la versión que circula en sus órganos de comunicación oficiales, la que tiene problemas es la nación con la cual comparte una extensa frontera; un país pobre, necesitado, donde millones sueñan con participar de los frutos y beneficios de la revolución que disfrutan los del otro lado de la frontera.

El mandatario de ese oasis socialista es el heredero de un hombre que transformó la sociedad a su antojo. Que hizo y deshizo. Que aún muerto es omnipresente; se habla incluso que a veces su voz se escucha desde la ultratumba. No es sencillo reemplazar a un antecesor a quien se le rinde semejante culto a la personalidad. Así las cosas, este sucesor es inseguro, volátil y paranoico. Su control de las fuerzas políticas y militares es precario.

Como buen alumno -al fin a cabo fue el escogido entre varios pretendientes- intenta acudir a las mismas prácticas de su antecesor: culpar de las desgracias a los "otros": los imperialistas, los capitalistas y los extranjeros. El pueblo fronterizo es un blanco predilecto; hay resentimientos históricos fáciles de reactivar.

Es difícil convivir con semejante vecino. Con una sensibilidad a flor de piel, cualquier acción es una afrenta, motivo de un conflicto de consecuencias fatídicas. En Corea del Sur amanecen cada día con la incertidumbre del comportamiento del régimen norcoreano y su nuevo dirigente Kim Jong-Un.

Una sensación similar experimenta el gobierno colombiano con Nicolás Maduro y compañía. ¿Quién se hubiera imaginado que una disputa entre dos bandos de narcotraficantes venezolanos desencadenaría en una crisis diplomática, la peor desde que Álvaro Uribe dejara el poder?

Consciente de que el régimen chavista/bolivariano se nutre de la confrontación, el presidente Juan Manuel Santos optó por la discreción y la prudencia. Incluso le permitió a su similar de Caracas jugar un papel relevante en las negociaciones con las FARC. Ese gesto amistoso, sin embargo, no ha sido correspondido. Venezuela sigue siendo una zona de retaguardia para la guerrilla. Mucho colombiano es tratado como ciudadano de segunda, como quedó descubierto con el uso de tácticas nazis en la expulsión de centenares de compatriotas en estos días.

Algunos en las administración Santos temen una reacción desmedida del régimen venezolano si se le aparta del proceso de paz o se adopten otras medidas disuasivas. Creen que con persuasión y paciencia se logrará un cambio de conducta.

No es un tesis original. Es la misma que el gobierno de Seúl ha aplicado con el Pyongyang. Con resultados igualmente inconclusos. Tal vez los últimos acontecimientos en la frontera sean motivo para un giro en cómo tratamos y nos dejamos tratar por el régimen chavista. Hasta a los "locos" hay que cambiarles la medicina.
Tomado de Semana

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