Feliz Bicentenario, mi general


El siguiente cuento, escrito con ocasión de los 200 años del natalicio del General Santander (02/04/1792 - 1992), es otro de los que componen la obra “Tonterías, cuentos y crónicas de un rosariense” en el que condensa la vida del Hombre de las Leyes el escritor José Darío Jaimes Díaz. Su modesta obra tiene el mérito de ser precursora en este género literario en el municipio histórico, y su publicación, después de una exhaustiva búsqueda, no tiene otro objetivo que el de exaltar nuestros valores regionales. 

FELIZ BICENTENARIO, MI GENERAL
(Cuento. José Darío Jaimes Díaz.)

¡Rataplán…! ¡Rataplán…! ¡Rataplán…! ¡Pan! ¡Pan!
Por los corredores de la inmensa casona, rodeados de jardines, se oía el redoble de los tambores marcando el compás de la división de infantería.
Su comandante, un niño de apenas diez años, a quien sus compañeros de juego de más edad que él le habían dado el grado de general, marchaban en busca del enemigo que integraban en otra división los hijos de los esclavos y los hijos de los obreros de la hacienda.

Cuando la avistaron, el general, con voz de mando, gritó:
      – ¡Al ataque, mis queridos rosarienses!
Y se trababa la lucha en la que siempre ganaba la división del general.
En esas llegaba María Dolores, la esclava, diciendo:
      –Amito, Francisco de Paula, mi ama doña Manuela le manda a decir que vayan que la cena está servida.
De inmediato la tropa emprendía la retirada dejando en el campo de batalla los palos que le habían servido de caballos, de espadas y fusiles.

Todas las tardes tenían lugar estas batallas. Componían la división los hermanos del general: Juan Nepomuceno, José Eugenio, Antonio María, Josefa Dolores; sus primos los Fortoul y los Concha; sus tíos los Gutiérrez de Caviedes y los Rodríguez Omaña.
Así transcurrió la niñez de Francisco de Paula Santander en aquella idílica casona rodeada de potreros y extensas plantaciones de cacao, jugando a la guerra o asistiendo a clases a la escuela de doña Josefa Chávez.

Años más tarde, encontramos al niño convertido en un adolescente estudiante del Colegio Mayor de San Bartolomé, en Bogotá.
El 20 de julio, en los sucesos de ese día, se encuentra de nuevo con sus tíos, y entonces deciden conformar un ejército; pero ya no para jugar a la guerra.
Peleó en su tierra natal; peleó en los ardorosos llanos; atravesó los helados y pavorosos páramos, hasta caer sobre Boyacá. Siempre peleando, siempre triunfando, hasta llenarse de gloria: fue general y jefe del estado mayor de los ejércitos libertadores; vicepresidente y presidente de Colombia; héroe y prócer.

Un 5 de mayo, un hombre enfermo, pero de porte majestuoso, descansa en un catre en el corredor que mira al jardín de su residencia. Con los ojos entrecerrados sonriendo, ve a un grupo de niños, entre los cuales está él, rodeando a su padre, don Juan Agustín Santander y a su bondadosa madre doña Manuela Omaña. Ve a lo lejos su pueblo natal; se ve correteando por sus callejas amplias sombreadas de árboles. Acude a su memoria la casa del altillo, su casa. Ve a los obreros y esclavos de la hacienda ocupados en diversas faenas; se ve a sí mismo y a sus hermanos armados de palos corriendo por los corredores de la amada casona, y sonríe complacido.
De pronto, oye una voz:
      – Mi general, pregunta el notario si está Ud. dispuesto para hacer el testamento.
Entreabre los ojos y responde:
      – Declaro que nací en la Villa del Rosario, porque mis enemigos se han atrevido hasta a negar el lugar de mi nacimiento…
Vuelve a entrecerrar los ojos y sonríe…

Se ve de nuevo entrando a Bogotá después de la Batalla de Boyacá en medio de sus valientes soldados colombianos... Escucha el ruido que producen los cascos de los caballos sobre el adoquinado de piedras de las calles… Escucha el martilleo que produce el entrechocar de las armas… Escucha los vítores del pueblo que lo aclama… Sonríe lánguidamente al oír el clarín de las trompetas y el retumbar de los tambores… ¡Rataplán…! ¡Rataplán…! ¡Rataplán…! ¡Pan! ¡Pan!
(Trascripción: Francisco José Rodríguez Leal.) 

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