Sólo hay que vivirlo para creerlo. La “aventura” es un riesgo que muchos corren. Son varios los factores que inciden para que gran cantidad de tachirenses y nortesantandereanos, se sometan al “viacrucis” diario de ir o venir de San Cristóbal a Cúcuta. El pasado martes, un día después de abrirse la frontera, se rompió el record que seguramente será registro para Guinness: ocho horas en ida y vuelta en un trayecto que regularmente se cubre en una hora y 30 minutos, dos si hay cola.
El reto se asumió. Demostrar cuantas vicisitudes se pasan para ir o venir de Cúcuta y todo lo que ocurre en dicho trayecto. Quizás no se tuvo en cuenta que ocho días incomunicados entre los dos pueblos hermanos, generaría ansias de ambas partes por cruzar la frontera.
Desde San Cristóbal se volcó gran cantidad de viajeros al otro lado y quizás una cifra mayor hacía lo propio de Cúcuta hacia acá. Razones diversas: los nortesantandereanos para comprar todo tipo de producto venezolano, como los fundamentales: gasolina y comida. Los nuestros iban con una sola intención “raspar” la tarjeta que había estado “quieta”, durante ocho largos días.
Se le suma la “tarea” de modo, concretar “el cambiazo”, el “cauchazo” y dejar algo de gasolina para completar el gran negocio redondo que representa asumir con “valentía”, las largas colas que se presentan. Temas de próximas entregas.
En Puente Real comienza la tortura
La “tortura” para completar el recorrido al destino final: Cúcuta, comienza en el elevado de Puente Real, la cola se inicia en la avenida Marginal, por la entrada a Barrancas, es tradicional un punto de control móvil, Guardia Nacional o efectivos policiales, además de fiscales de tránsito, allí se sube al Mirador en una trayecto que no debe pasar de diez minutos y se tardaba 45 si en el puesto fijo de control no están “apretando” con los portamaletas de los vehículos.
De El Mirador a la entrada a Zorca, también hay cola en toda la esquina a la estación de servicio, uno que otro uniformado se coloca allí para “controlar” el paso, de allí a Capacho–Independencia, por el Mercado de los Leones es impredecible la circulación. Los lunes es peor. En Libertad, cola entre la estación de servicio, y la plaza Bolívar, curva estrecha que se complica si están policías o tránsito en la esquina.
Entre Libertad y el antiguo Paso Andino, hay lentitud de movilidad por el mal estado de la carretera y otro punto de control móvil regularmente del ejército, que todos apoyan porque se hace efectiva la intención.
En La Mulera comienza el calvario
El pasado martes, la cola comenzaba desde el sector La Mulera, pasando la estación de Servicio, hasta Peracal. Los controles por la extracción de alimentos y combustible se ha hecho más severa, hasta el punto que el pasado martes, no había vehículos que no fuera objeto de revisión. Una hora y cuarenta minutos desde La Mulera a dicho punto fijo de control.
De Peracal al antiguo peaje, se supone que en dos minutos se hace el recorrido el martes, duró cuarenta minutos, aunque el problema era en el puente, dos efectivos policiales hacían el mismo papel que los Guardias en Peracal: abrir los portamaletas y revisar documentos de cavas y otros menesteres propios para ofrecer “seguridad” para que no se fugara nada para el otro lado.
Los puentes internacionales se cruzan a pie”
El rumor se corrió: la frontera fue cerrada nuevamente. La desesperación de los viajeros comenzó en el peaje, nada se movía, no había paso ni para los motorizados que en grandes cantidades generaban caos al pasar en sentido contrario. Se llegó a contabilizar grupos de hasta 20 al mismo tiempo, alguien dijo que no más de 500 mototaxistas pasan Peracal hacia el otro lado, pero una señora hizo la acotación: son pocos los que llevan pasajero. ¿Por qué tantos?, preguntó otro incauto conductor.
El comentario sobre el cierre de la frontera, se dispersó: una llamada a un conocido abogado de San Antonio, “yo vengo de Ureña y lo que tengo entendido es que una gandola se accidentó en el puente internacional, por eso es la tranca”.
La gente comenzó a caminar desde el barrio La Popita en San Antonio, en busca del puente, que cruzaron a pie, pues había que llegar lo más rápido a La Parada para cumplir con la primera intención: “raspar” las tarjetas.
Con los vehículos, era imposible recorrer el trayecto ya se llevaban tres horas de camino y se optaba por buscar la vía a Ureña. En el Puente Internacional “Francisco de Paula Santander” la situación era similar, congestionamiento total y en un porcentaje mayor a las 500 a 800 personas, cruzaban en ambos sentidos, la línea limítrofe.
Cuatro horas más tarde, desde la salida de Puente Real, se observó el aviso de Bienvenidos a Colombia, la población de El Escobal, estaba allí mostrando su principal “industria”, el negocio más floreciente de todos los tiempos: los pimpineros: la gasolina venezolana había llegado. Sin pudor alguno los dueños de carros con placas venezolanas entre ellos taxistas y camiones 350 se aprestaban al vulgar “ordeño” para completar el “sacrificio” que costaba haber tenido cuatro horas de cola.
El retorno, fue similar, ahora el problema era tomar territorio venezolano, en La Parada, Norte de Santander, comenzaba el “tormento”: la cola corría tres metros por cada 30 minutos, la razón: infinidades de gandolas represadas desde los ocho días de cierre de la frontera.
Todo un caos: “arrastradores” ayudando meter vehículos en las intercepciones; motorizados haciendo de la suya mientras que la temperatura asfixiaba a los conductores pues había que apagar los vehículos, vidrios abajo se observaba como muchas personas (hombres y mujeres) movían sus fajos de billetes, anunciando compra y venta de bolívares. A un lado la exposición de todo tipo de productos venezolanos, que será motivo para otra entrega.
Al llegar a San Antonio, se suponía un respiro, un alivio, la cola estaba en la redoma del Cementerio hasta Peracal, otras dos horas más de sufrimiento. Sobre las seis de la tarde, se sintió el aroma de la piña capachera, sólo al tomar nuevamente, ya oscuro, la avenida Marginal de San Cristóbal, se entendió que se había cumplido con la meta de hacer el viaje de “aventura”, pasar por el viacrucis diario de quienes se arriesgan a ir y venir de Cúcuta. El récord, en tiempo de cola se estableció, para guinness: ocho horas en el trayecto.
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