El último y accidentado viaje de Rodolfo Silva


Frente a niños y adultos, y en una calle del barrio Santa Bárbara, el cuerpo de Rodolfo Silva fue cambiado de un ataúd a otro, pues en el que se dirigía al cementerrio, se rompió por el camino.

Los últimos pasos de Rodolfo Silva en la tierra fueron indignantes para sus parientes, que describieron cómo fue la parada obligatoria de 50 minutos que debió hacer el difunto en una calle de Villa del Rosario, antes de ser sepultado en esa localidad.

Fue el menor de nueve hermanos, comerciante de champú, jabón y otros elementos de aseo que llevaba de Venezuela a Medellín. En una visita a sus hermanos en Villa del Rosario, se enfermó y fue a dar al Hospital Erasmo Meoz.

¿El dictamen de su muerte?: infarto. Ahí empezó el calvario de su hermana Luz, quien desde hace 11 años pagaba un servicio mortuorio con la funeraria La Eternidad, encargada de llevar el féretro a la iglesia y al campo santo.

Pero luego de la velación, en el barrio Santa Bárbara, los allegados sacaron el ataúd y caminaron menos de 100 metros —afirma ella—, cuando una de las manijas del cofre se rompió y cayó al pavimento. El impacto desbarató el féretro, exponiendo a plena luz del día parte del cadáver.

“Él no era un perro para que lo dejaran tirado en la calle casi una hora”, se quejó entre lágrimas la hermana. “Los de la funeraria no quierían responder, se iban a volar y nos tocó quitarles las llaves de la camioneta, porque nos dijeron que lo montáramos a la carroza que porque esto era una vergüenza para la empresa, y nosotros no quisimos, porque nosotros pagamos por algo bueno y no esa porquería de cajón”.

Mientras niños y adultos se acercaban a mirar, el tiempo se hacía eterno y sus hermanas optaron por sentarse en un andén a llorar su muerte, pero también su truncada sepultura, hasta que llegó el nuevo ataúd.

Ante la mirada atónita de la gente, sacaron a Rodolfo —de 95 kilos de peso— y lo pasaron a un mejor cofre. El retraso se reflejó en el entierro, pues llegaron sin luz al cementerio y debieron sepultarlo mientras alumbraban con las liternas de los teléfonos celulares. Así se fue el menor de los hermanos de este mundo.

John González, gerente de La Eternidad dijo que “la funeraria no hace los cofres, estos se traen de Medellín, pero vamos a cancelar el contrato con esa fábrica. Fue un impase, porque el cofre no era de buena calidad, pero el error fue que el conductor aceptara que llevaran el cuerpo en la mano ¿entonces para qué mandamos una carroza fúnebre de más de 100 millones de pesos?”, puntualizó el gerente.

2 Realice Su comentario Aquí:

Anónimo dijo...

señor gerente de velaciones la eternidad, no diga mentiras que el carro funebre vale 100 millones de pesos, no le da pena , que falta de seriedad

Anónimo dijo...

Gonzalez son tradiciones milenarias cargar nuestros muertos algo asi como la misma navidad vaya acabe con eso