Vivamos la Semana Santa en familia, conozcamos el sermón de las 7 palabras.

El Sermón de las Siete Palabras es uno de los actos más singulares y destacados de la Semana Santa. Las siete palabras que Cristo pronunció en la Cruz, delante de los respectivos pasos que las ilustran.





1. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34).

La oración se ofreció para quienes eran culpables de darle muerte. No es seguro si se refirió a los “judíos” o a “los soldados romanos.” Tal vez se refirió a ambos. La verdad es que la Biblia posteriormente hace referencia a los soldados romanos jugando dados. Esto es una indicación que pudo estar refiriéndose a ellos.

Los romanos no sabían lo que hacían, ya que realmente no creían en el Dios de los judíos. Por eso, no creían que en verdad era el hijo de Dios. Estaban simplemente obedeciendo las órdenes de sus gobernantes. Los judíos por su parte tampoco creían, aunque Jesús les había dicho. Compárenlo al día presente. Si alguien se llamase a sí mismo “El Hijo de Dios”. ¿Usted lo creería ciegamente? Es lo mismo que sintieron (suponemos) los judíos de ese tiempo. Es y fue considerado blasfemia. También hay que considerar las leyes del tiempo. Por ejemplo, a contradicción del tiempo antiguo, hoy no existe un vínculo entre La Religión y El Gobierno de un país. Por lo tanto, no es un delito el decir que alguien es el hijo de Dios. (Marvin R., Escrito con ayuda de “Barnes’ Notes on the Bible”)

Constituye esta palabra la postura culmen de la doctrina evangélica sobre el amor; y pronto fue practicada por los cristianos, como en el caso de Esteban (Hechos 7,60). Esta palabra falta en algunos códices. El motivo que ocasionó la supresión parece ser la intención de los copistas de subrayar de este modo la responsabilidad de los judíos. Sin embargo, la admiten todas las ediciones críticas. Es coherente con la doctrina de Cristo sobre el amor a los enemigos (Mateo 5,44), con la oración del Padrenuestro (Mateo 6,9-13) y con su propia conducta durante la pasión (Mateo 24,48.51).
2. «De cierto te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23,43).

Es la respuesta de Cristo a la súplica “acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino” del ladrón arrepentido.

Este ladrón que evidentemente puso su confianza en Jesús, a pesar de ver en Cristo una imagen deteriorada por el maltrato, las heridas y la sangre coagulada en todo el cuerpo, dándole una imagen grotesca más que una imagen de alguien en quien confiar, mucho menos Jesús tenía una imagen de poder, divinidad o realeza, y sin embargo él pudo distinguir en medio de esos elementos, al Rey, al Salvador ya resucitado. La respuesta de Jesús es pronta, le dice al ladrón que confíe, que ese mismo dia estará junto a él en el paraíso, es la muestra de amor, donde no se hace reclamo alguno de su vida pasada, es la aceptación total con toda su integridad de la persona, porque Dios sólo espera la acción del buen ladrón de poner su confianza en el Señor.
3. «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «Juan, ahí tienes a tu madre» (Juan 19,26 s.).

Una primera interpretación ve este pasaje en sentido ético o social: Cristo entregó el cuidado de su madre al discípulo amado, cumpliendo un elemental deber filial. Pero desde la más remota antigüedad, tal vez ya Orígenes y ciertamente en el s. XV Dionisio el Cartujano, se ve en san Juan, hijo adoptivo de María, al representante de todos los que por la gracia habrían de ser hermanos de Cristo. El sentir católico ve expresada en la frase la maternidad espiritual de María. El magisterio de la Iglesia, sobre todo desde León XIII, es constante en este sentido.
4. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).

Es una oración tomada del salmo 22, que probablemente recitó completo y en arameo (Eli Eli lama sabachthani), lo cual explica la confusión de los presentes que creyeron ver en esta súplica una llamada de auxilio a Elías. Éste es un acto de profunda soledad y sentido de alejamiento de su Padre. Esta palabra pronunciada por el hombre crucificado es, más que un reproche hacia Dios, la oración del justo que sufre y espera en Dios; Jesús, en lugar de desesperar y olvidarse de Dios, clama al Padre pues confía en que Él lo escucha, pero Dios no responde porque ha identificado a su hijo con el pecado por amor a nosotros, y éste debe morir. Jesús, colgado en la cruz, es rechazado ahora por el Cielo y por la tierra, porque el pecado no tiene lugar. Cuantás veces en nuestras vidas hemos sentido el abandono de Dios: ¿Por qué a mi? ¿Por qué ahora? ¿Qué hice Señor? Preguntas y preguntas como la de Cristo, que encuentran como respuesta el silencio de Dios. Por lo general, es la mejor respuesta que nos puede dar, pero no lo entenderemos hasta que sepamos que del silencio brota la Resurrección.
5. «Tengo sed» (Jn 19,28).

Es la expresión de un ansia de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. La palabra está tomada de los salmos 69,21 y 21,16. Se interpreta en sentido alegórico: la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la salvación de todos. Cuadra con la estructura del cuarto evangelio, y nos evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la Samaritana (Lucas 4,7).
6. «Todo está consumado» (Juan 19,30).

Se puede interpretar como la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora. Es el broche de oro que corona el programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre.(Mt 5,17 Ss.; 7, 24 Ss.; Lev 22,42; lo 4,34).
7. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23,46).

Esta palabra expresa la oblación de la propia vida, que Jesús pone a disposición del Padre. Invoca el salmo 30,6, en el que el justo atormentado confía su vida al Dios bondadoso y fiel. En Cristo todo se había cumplido, sólo quedaba morir, lo que acepta con agrado y libertad. Esteban, uno de los mártires cristianos, imitó a Cristo en la primera palabra, lo hizo también en esta última, encomendando su espíritu en el Señor Jesús (Hechos 7,59).

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