En el año 2005, recuerdo que cuando empecé a trabajar en la empresa, nos informaron que debíamos abrir una cuenta bancaria para recibir nuestro salario. Para ello, tres entidades financieras acudieron a la empresa a ofrecernos sus servicios. Desde siempre me había llamado la atención Conavi, y en cuanto tuve la oportunidad, me acerqué a su stand con la intención de abrir mi cuenta allí.
Sin embargo, la asesora me informó que no podía hacerlo porque mi salario era de solo un salario mínimo, y que para ser cliente debía ganar más de dos salarios mínimos. Aquellas palabras me hicieron sentir rechazado y clasificado de inmediato. Ante esa situación, me dirigí a Davivienda, donde sí me permitieron abrir la cuenta sin ningún tipo de discriminación.
Meses después, gracias a mi esfuerzo y desempeño, logré aumentar mi ingreso a más de tres salarios mínimos. Curiosamente, tiempo después Conavi me llamó para invitarme a pasarme con ellos, ofreciéndome como incentivo unos pasajes aéreos a cualquier destino nacional (excepto San Andrés). Pero en ese momento, mi dignidad y mi orgullo me hicieron rechazar la oferta. Preferí quedarme en Davivienda, la entidad que me abrió las puertas cuando más lo necesitaba.
Hoy en día tengo mi propia empresa y manejo la nómina de alrededor de 20 empleados, y todos los pagos los realizo a través de Davivienda, como un gesto de gratitud hacia la institución que no me discriminó por mi nivel salarial.
Ahora anuncian el regreso de Conavi, luego de su fusión en 2006 y esta vez como parte de Bancolombia, y no puedo evitar recordar aquel momento en el que me hicieron sentir menos por ganar un salario mínimo.
Así son las consecuencias del elitismo y la discriminación: pierden clientes que, con el tiempo, pudieron haber representado mucho más de lo que imaginaron.




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