San Antonio del Táchira: un año de soledad


Es mediodía y el intenso sol no detiene el paso masivo de venezolanos que entran y salen de Colombia por el puente internacional Simón Bolívar, uno de los seis puntos habilitados desde hace una semana para reabrir gradualmente la frontera con Venezuela, que estuvo cerrada durante un año.

El ambiente está enrarecido, especialmente por los controles migratorios y aduaneros que las autoridades colombianas mantienen en inmediaciones del paso binacional, el cual conecta a la población venezolana de San Antonio del Táchira y al municipio colombiano de Villa del Rosario (Norte de Santander).

Por el puente, abierto entre las 5 de la mañana y las 8 de la noche, cruzan cada hora unas 2.000 personas. Liliana Quintero, quien camina hacia Venezuela, está tranquila, pues la guardia de ese país no hace controles ni les pide documentos a los colombianos. Ella va a visitar a amigos que no ve desde hace un año.

A su lado camina el venezolano José Alvarado, que regresa luego de hacer compras en Colombia. El hombre, de 45 años, lleva en sus hombros una caja con arroz, azúcar y aceite, que pudo comprar en Cúcuta con 60.000 pesos. “Antes de pasar, la Dian me revisó lo que traía”, se queja él, que va para Rubio, a 45 minutos de viaje en bus.

El constante movimiento de personas que desde diferentes partes de Venezuela hacen tránsito por San Antonio para cruzar hacia Colombia ha empezado a darle un soplo de vida a esa población fronteriza, sumida en una crisis económica.

Según Migración Colombia, esta semana se han movido más de 617.000 venezolanos por los seis pasos (entradas y salidas). El 80 por ciento viene a nuestro país para hacer compras; el 12 por ciento, para visitar a algún familiar; el 7 por ciento lo hace para cumplir citas médicas y el uno por ciento restante cruza para tomar vuelos internacionales.

En contraste, la mayoría de los colombianos que por estos días cruzan a San Antonio van a saludar a algún familiar que no han podido ver por el cierre o a hacer alguna diligencia.

Este municipio venezolano, con más de 49.000 habitantes y considerado el más importante sobre ese eje limítrofe, no es el mismo de otros años. Su actividad industrial y comercial, que en otro tiempo fue el acicate de su economía, se ha venido hundiendo.

Con el cierre de la frontera, todo empeoró. El problema para el comercio radica en que sus principales clientes eran colombianos. “Las ventas cayeron terriblemente con el cierre, y por estos días aún no se ve el movimiento de compradores colombianos”, dice Érika López, vendedora en un almacén de ropa. Esto, a pesar de que adquirir prendas les resulta más económico a los que vienen del otro lado de la frontera, a causa del bajo precio del bolívar frente al peso, explica.

En la avenida Venezuela, una de las más concurridas, han cerrado sus puertas varios restaurantes, carnicerías, casas de cambio y almacenes, entre ellos los de comerciantes chinos y árabes.

La industria en el municipio fronterizo también sufre por la falta de materias primas y las limitaciones en el acceso a las divisas. Antes del cierre de la frontera, algunos fabricantes se las arreglaban comprando en Cúcuta. Los industriales de la confección de ‘jeans’ que no quebraron esperan que en los próximos días se reactive el intercambio comercial, mediante la autorización de la compra en Colombia de insumos que no se consiguen en Venezuela.

“En Colombia solo dejan pasar productos de la canasta básica, pero acá, además de comida, también estamos necesitando esa materia prima para nuestra producción”, clama uno de los fabricantes y dice que ahora solo emplea a seis de los 15 operarios que tuvo en sus mejores épocas.

Los industriales apuntan a que el sector de la confección textil, cuyos precios compiten con la oferta colombiana, es uno de las que más pueden beneficiarse con el paso de compradores desde Colombia.

Además, los pobladores de San Antonio se sienten intimidados por la fuerte militarización a cargo de la Guardia y el Ejército venezolanos. “Nos tratan a todos como si fuéramos contrabandistas. No hay tranquilidad, uno se siente perseguido”, lamenta Yelitza Marinque.

El cierre de la frontera, que pretendía mejorar el abastecimiento de los supermercados venezolanos, no surtió efecto en esta población, donde la regla es la escasez, sobre todo de productos como arroz, harinas, azúcar, aceite, granos y artículos esenciales de aseo, como papel higiénico, pañales para bebés y toallas para mujeres.

“Decían que el problema de desabastecimiento lo causaban los colombianos, que se llevaban todo. Pero resulta que, después de un año del cierre de la frontera, todo sigue igual”, expresa Marcos Jiménez, un lugareño de 48 años.

Propietarios de droguerías en el centro de San Antonio se quejan de no tener antihipertensivos, anticonceptivos, antidepresivos, medicinas para la diabetes, ni tratamientos para colesterol y triglicéridos.

“Las personas ni siquiera consiguen multivitamínicos, lo único que hay es complejo B. Acetaminofén en jarabe, para niños, tampoco nos está llegando. Y no hay purgantes para ningún tipo de población”, enumera una farmaceuta, que asegura que esta situación se repite en las otras 15 droguerías de la población. “La crisis para nosotros sigue, esté o no abierta la frontera”, concluye.

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