Cúcuta se amolda a la peregrinación venezolana


La capital del Norte de Santander se reinventa en función de la reapertura peatonal de la frontera. Solo tres de cada diez venezolanos que preguntan precios de medicamentos, terminan comprando. Supermercados duplicaron sus clientes y sus pedidos. Para paliar la devaluación del bolívar, grupos de conocidos hacen “vacas”, compran fardos y se reparten los productos. Unos 30 nacionales por minuto están pasando a un territorio que, aunque empieza su resurrección comercial, es líder departamental en inflación y segundo en desempleo

Esa meca del comercio que es la avenida sexta de Cúcuta no es la misma del agosto pasado. Claro que abundan los mismos tarantines blancos, rebosados de productos de higiene personal, pero ahora todos, excepto algún champú -admiten los buhoneros-, llevan el sello de hecho en Colombia. Ya no llegan venezolanos a vendérselos. Claro que, tras la reapertura de la frontera el pasado 13 de agosto, miles de tachirenses volvieron a caminar por esa vía como hasta hace un año, pero ahora muchos van y vienen arrastrando maletas.

No están emigrando. En todo caso, son los viajeros del desabastecimiento. La maleta ha sido la caja fuerte que decenas de venezolanos usaron esta primera semana de paso libre para cargar los víveres que alcanzan a comprar en una Cúcuta que, dice su gente, empezó a resucitar después de 359 días de frontera cerrada.

La maleta que trajo llena de ropa de Caracas a San Cristóbal fue la misma que Diorkis Torrealba llevó vacía hasta la capital del colombiano departamento Norte de Santander. “Vengo con la expectativa de llevar todo lo que no encuentro en mi país”, expresa la caraqueña, habitante de un país donde escasean 22 de los 60 productos de la canasta alimentaria.

Por el puente Simón Bolívar cruzan la frontera, en promedio, 30 personas por minuto. Es un goteo humano incesante a cualquier hora del día.

En el corazón de Cúcuta, una metrópoli de 600.000 habitantes, Torrealba y otros tantos encontrarán decenas de marcas colombianas, las que más de papel higiénico, apiñadas junto a bolsas de leche venezolana marca Casa, de la estatal Mercal, cada una a menos de 5.000 bolívares al cambio.

El comercio del Norte de Santander históricamente ha estado en capacidad de atender el mercado venezolano, así como grandes demandas, recuerda el presidente de la Cámara de Comercio de Cúcuta, Carlos Luna.

“La frontera peatonal no corresponde a nuestra esencia”, opina el vocero. Sostiene que el exclusivo tránsito a pie lo que incentiva es que la gente vaya a Cúcuta, compre y, si no puede trasladar una mercancía de manera formal, importada, lo haga por las trochas.

Por eso, Luna considera fundamental que se normalice lo más pronto posible el tránsito de vehículos y la facilitación del intercambio fronterizo, a través de una plataforma para la exportación legal.

Medicinas: mucha pregunta, poca compra

Un manojo de récipes, con membretes del Hospital Central, de la Policlínica y del Centro Clínico, ocupan las manos del tachirense Gustavo Ríos. Frente al Centro Comercial Alejandría, busca seis medicamentos, la mayoría para el tratamiento psiquiátrico de su mamá.

Mientras la frontera permaneció cerrada, conocidos se los enviaban desde otros estados del país. Pero ya en Venezuela están agotados. Esa escasez es la que lo empuja a cruzar la calle y convertir a pesos 16.000 bolívares, lo que cuestan los dos remedios más urgentes de la lista.

En la mayoría de droguerías de Cúcuta no reciben bolívares. Los precios de los fármacos, al cambio, pueden ser tan flexibles como el acordeón: la caja de losartán varía entre 2.000 y 5.000 bolívares; se consiguen anticonceptivos a partir de 2.500; la de buscapina cuesta alrededor de 4.300 bolívares; y un frasco de comprimidos de calcio para la osteoporosis, 10.500. ¿Más caros que en Táchira? Sí. Pero los hay.

Y los hay todavía más costosos: las tabletas de pramipexol, indicado en casos de párkinson, superan los 50.000 bolívares al cambio, y las de telmisartan, antihipertensivo, sobrepasan los 60.000. En Venezuela esta caja no cuesta más de 2.000 bolívares, pero a través del 0800-SALUDYA indican que sigue agotada a escala nacional.

“Los montos al cambio han hecho que aquí no se dispare tanto la venta de medicamentos”, evalúa la vendedora Mirna Parodi. “Ustedes (los venezolanos) están acostumbrados a las marcas; uno les ofrece el genérico primero, que es más barato”.

Tal vez esos montos ayuden a explicar por qué de cada diez venezolanos que preguntan, solo tres compran en la farmacia que administra Jonatan Ochoa. Están, sobre todo, “cotizando”, como llaman los cucuteños a la acción de preguntar cuánto cuesta un remedio.

“Es mucha la preguntadera y además siempre piden el precio en bolívares”, expresa con algo de fatiga Roberto Blanco. Sin embargo, este regente de otra droguería del centro pondera que sus ventas han mejorado 20 % desde la reapertura peatonal. A pesar del diferencial cambiario, también en el local de Andreína Vera, todos los días de la semana que termina, vendieron medicinas a venezolanos.

Los reguladores de la tensión arterial y de la diabetes, los anticonceptivos y los tratamientos contra el cáncer son los más buscados en la jerarquización que hace Elkin Rodríguez. “Yo a veces no entiendo la escasez de ustedes, porque aquí llegó un venezolano a ofrecernos unas cajas de Calcibon que trajo de allá”, comenta el farmacéutico.

Alimentos: la demanda se ha duplicado

El pequeño supermercado que administra Horacio Sánchez, en la avenida sexta de Cúcuta, atiende una media de 800 clientes diarios. Desde la reapertura de la frontera están recibiendo de forma constante a unos 1.600 por jornada. El doble.

La muestra coincide con lo manifestado por un empresario cucuteño durante un foro celebrado el jueves: dos gigantes del mercado, con sucursales en la redoma San Mateo, han duplicado sus pedidos, aunque la gente esté comprando en pequeñas cantidades.

“Aquí no regulamos la cantidad de productos, pero los mismos venezolanos se autolimitan en función de su poder monetario”, observa Sánchez. Así, el promedio de víveres oscila entre cuatro y cinco unidades por comprador, y el de artículos de higiene baja a entre uno o dos.

Desde su supermercado, el administrador hace el top cinco de lo que más agarran los venezolanos de los anaqueles: arroz, papel higiénico, azúcar, aceite y granos. A diario ve personas de distintos poderes adquisitivos hacer todo tipo de mercado: desde una bolsa (unos 5.000 bolívares) hasta un carrito lleno (más de 100.000 bolívares).

Si alguien canjeara todo un nuevo salario mínimo venezolano (22.576 bolívares) le darían alrededor de 56.000 pesos. Esto equivale al 5 % del valor de la canasta alimentaria colombiana. Con esos 55.000 pesos, por ejemplo, Sánchez apenas paga la renta de su celular.

Desde hace una semana, los grandes supermercados de Cúcuta parecen zonas colonizadas por el acento tachirense. Con calculadora en mano, comparan todo. Hacen fila frente a la máquina de consulta de precios. Forman colas para cancelar. Y más de uno se despide en la caja de los artículos que exceden su presupuesto. “Los ‘venecos’ están arrasando”, espeta una ama de casa cucuteña, para quien hacer el mercado semanal “fue estresante” esta vez.

Cúcuta: inflacionaria y con desempleo

Los venezolanos se están encontrando con precios 10,61 % en promedio más caros que hace un año, cuando la frontera cerró por decisión unilateral de Miraflores. Esa es la inflación anualizada de Cúcuta entre agosto de 2015 y julio de 2016, la única de dos dígitos, que la convierte en la capital de departamento con la mayor alza interanual de precios al consumidor de toda Colombia, según el estatal Departamento Administrativo Nacional de Estadística.

Mayurly Leal, vendedora de helados en el Ventura Plaza, conoce de memoria esa cifra. Sabe que la inflación local sobrepasa el 8,97 % nacional, y le preocupa. Es jueves y, en lo que va de jornada, tres venezolanos le han intentado dejar sus currículos. “Aquí no es así”, les alecciona. Los nacionales deben dejar la hoja de vida en una bolsa de empleo y esperar que los llamen. Pero su madre, que lo hizo hace seis meses, todavía sigue en casa.

Cúcuta es la segunda ciudad colombiana con mayor tasa de desempleo: con 14,9 % (cifra del DANE), oxigena una curva nacional que va en aumento. Después de servir una barquilla de mandarina, Leal comparte la guinda de sus preocupaciones: “Ahora esto se volvió más inseguro. Imagínese que están robando en las busetas, y dicen que son venezolanos”.

La Policía Metropolitana de Cúcuta documenta la detención de al menos 104 venezolanos en lo que va de año por la presunta comisión de varios delitos, la mayoría por hurto a personas o comercios.

Bolívares: se gastan en un suspiro

Si un venezolano quisiera adquirir en Cúcuta una canasta básica familiar completa (valorada en 1,3 millones de pesos, el doble de un salario mínimo colombiano), tendría que disponer de alrededor de 530.000 bolívares. Al parecer, nadie reporta tan alto poder adquisitivo.

En la casa de cambio que atiende Luis Escalante reciben fajos de entre 10.000 a 100.000 bolívares. “Eso sí, es constante. Atendemos de a dos venezolanos cada cinco minutos”, estima el trabajador. Entre tanto, en el establecimiento donde labora Yuly Pinto el promedio de cambio es de 20.000 bolívares. “Nos estamos quedando sin sencillo para cambiarles”.

Diario La Nación consultó a los tuiteros de @lanacionweb si disponen del dinero necesario para comprar productos de la cesta básica en Norte de Santander: 83 % de los 329 participantes contestó que no.

Para hacer más llevadera la carga de una moneda devaluada, varios tachirenses han viajado en grupos. “Aquí llegan, hacen una ‘vaca’ y compran un fardo de azúcar por 73.000 pesitos. Luego se reparten los 25 kilos entre ellos”, explica una comerciante de la avenida Sexta, sumergida en un bullicio de acentos binacionales.

A pocas cuadras, en la venta de Alexander Ortiz, un caucho de segunda mano no pasa de 55.000 bolívares. Por eso, esta semana facturó a venezolanos entre 20 y 30 diarios.

Donde casi no se sienten los venezolanos es en las tiendas de ropa de la avenida Cero. Van solo a “vitrinear”, a menos que pongan un brasier en superpromoción, ha observado Luis Eduardo Sánchez, gerente de una tienda. El comerciante confía en que el Gobierno colombiano vuelva a exonerar del IVA al sector textil para que, con las utilidades de noviembre próximo, se llenen los establecimientos.

La única ropa que en los últimos días compraron los visitantes son las medias antivárices y las fajas medicadas para hernias, apunta Erika Nieto, comerciante de una tienda de ropa femenina. Sánchez y Nieto saben, como los demás, dónde están los venezolanos que van a Cúcuta: “mercando” (haciendo mercado), “cotizando en las droguerías” (preguntando en las farmacias), o por las llantas del puente de Tirantas (buscando cauchos). La peregrinación, en todo caso, dura hasta que se acaban los bolívares.

326.000 venezolanos entraron a Colombia en la primera semana de reapertura fronteriza: 80 % para comprar diferentes productos, 12 % para visitar a algún familiar, 7 % para cumplir con citas médicas o realizar diligencias, y 1 % para tomar vuelos internacionales.

83 % de los 329 participantes en una encuesta de @lanacionweb en Twitter contestó que no dispone del dinero necesario para comprar productos de la cesta básica en Norte de Santander.

0 Realice Su comentario Aquí: