Una historia de frontera


Por: Eilyn Cardozo

La profesión de periodistas abre, con el paso de los años, muchas puertas; en esta oportunidad me abrió las puertas de la frontera entre Colombia y Venezuela, cerradas para muchos desde hace ya casi medio año.

Comienzo mi travesía en la redoma en la que nace la Avenida Venezuela de San Antonio, y a cada paso se confirma la información aportada a lo largo de los meses anteriores por industriales y comerciantes. Los otrora pujantes establecimientos comerciales se encuentran hoy, la gran mayoría de ellos, cerrados; y en los pocos que aún permanecen abiertos reina la más absoluta soledad.

Por ningún lado se encuentran rastros de la antigua efervescencia del comercio fronterizo que caracterizaba a San Antonio del Táchira. Una avenida desolada se extiende frente a mis ojos, y bajo mis pies el asfalto transcurre sin tropiezos, a falta de vehículos que circulen por la principal arteria vial de la ciudad.

Luego de caminar algunas cuadras llego a un punto de control, donde la mágica llave de la profesión de periodista, acompañada de una oportuna llamada o un mensaje de texto por parte de la persona correcta, mostrado al funcionario correcto abren-no sin reticencias-, las puertas de la frontera.

Me uno a una fila en la que quienes me anteceden llevan horas bajo el sol aguardando que los funcionarios les validen los pasaportes, informes y demás documentos que llevan días diligenciando para poder llegar a ese punto.

De inmediato llega la orden: ¡Avancen! Y la fila cargada de maletas, carpetas, paquetes y demás cargamentos, avanza a paso cansado hacia la Aduana Principal de San Antonio. En el breve trecho al menos otros tres funcionarios detienen a los marchantes para revisar los mismos papeles y documentos que han sido revisados antes.

La última parada es en la Plaza de la Confraternidad, a un costado del Puente Internacional, donde una vez más es revisada la documentación, y donde nuevamente la profesión de periodista y las conexiones que a raíz de ella me han permitido llegar a ese punto, me ahorran trecho de espera y muchas explicaciones.

Superado el escollo, llega –de retroceso- un enorme bus rojo que desde el puente se aproxima a quienes impacientes aguardamos para ser trasladados hasta la línea limítrofe que separa a Colombia de Venezuela. Al abordar, el bus se pone en marcha y avanza seguro hacia el puente; hacia Colombia.

Otra realidad

El sólo traspasar la línea fronteriza me lleva a otra realidad: En La Parada, abundan a pesar del cierre los artículos de la cesta básica y de aseo personal que tanto cuesta conseguir en Venezuela. ¡Hay leche empolvo! Exclamo para mis adentros.

En Cúcuta me envuelve la efervescencia del tráfico, la actividad de las tiendas, vidrieras llenas de carteras, vestidos y zapatos, ofertas de temporada, vendedores ambulantes, taxis, gente, bocinas tráfico… vida!

Cumplidos los propósitos que me llevaron al otro lado de la frontera, me preparo, no sin algo de nostalgia, para regresar a Venezuela, y al abordar de nuevo el bus rojo que comienza a retroceder desde el puente hacia la Plaza de la Confraternidad, no puedo evitar pensar en que ese simple vehículo ilustra a la perfección la realidad que envuelve a ambos países… Colombia, pese a todos sus problemas, es sinónimo de avanzar; mientras por el contrario Venezuela se convierte en la imagen de un bus rojo, siempre en retroceso.


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