Cóctel de factores posibilita la extracción de productos


Un litro de gasolina venezolana se revaloriza a 74 bolívares colocado en Colombia.

La política del subsidio, la devaluación del poder adquisitivo y hasta la falta de escolarización son caldo de cultivo del contrabando binacional. En Táchira, a empleadores les sorprende la falta de mano de obra, en una tierra definida por su laboriosidad. En Colombia, la actividad ilícita se convirtió en un negocio con rentabilidad más alta que la del narcotráfico.

Economías desiguales

La extracción de productos y gasolina ha podido florecer sobre la base de asimetrías económicas y bajo la sombra de distorsiones cambiarias. Isidoro Teres, presidente de la Cámara de Industria y Comercio de Ureña, identificó dos causas básicas del problema.

Una, que los productos venezolanos de primera necesidad son subsidiados con una banda muy barata (6,30 bolívares por dólar), mientras que la economía colombiana funciona con costos reales de mercado. “Esto hace muy apetitosos los precios de aquí frente a los precios de esos mismos productos al otro lado de la frontera”.

La otra es la pérdida del valor adquisitivo de la moneda nacional. Un sueldo mínimo venezolano equivale a 4 mil 254 bolívares, mientras que el colombiano, convertido a bolívares, queda en 30 mil. “Para que un trabajador venezolano se equipare al sueldo mínimo colombiano tiene que trabajar siete meses”, comparó Teres.

Sociedades carentes

A esto se suma el contexto formativo. 11% de adolescentes en el departamento Norte de Santander no estudian ni trabajan; en Táchira el porcentaje asciende a 16,5%. Si bien en el estado solo 5,5% de los jóvenes entre 14 y 15 años no han completado seis años de estudio, del otro lado de la frontera la proporción se abulta al 30%. Son datos de un estudio que adelanta Miguel Morffe, investigador de la Universidad Católica del Táchira.

En materia productiva, la tasa de desempleo en Norte de Santander (13%) es la segunda más alta de Colombia, según los Indicadores del Mercado Laboral 2013 del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). El porcentaje traduce casi 200 mil personas.

La tasa de desempleo en Táchira es de apenas 3,7%, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Pero el ente toma como “ocupados” al 49,4% de la población estadal que pertenece al sector informal. Unos y otros sumarían más de 313 mil personas.

Enriquecimiento líquido

Un litro de gasolina, que cuesta céntimos en Venezuela, sube a 74 bolívares colocado en Colombia. Antes de las restricciones del paso fronterizo, cálculos oficiales cifraban el contrabando estadal en 20 millones de litros al mes. Se calcula que 12% del pueblo tachirense usa el tag para delinquir y que por lo menos 3 mil 500 taxistas desvían sus cupos, determinó en julio la Comisión para el Uso de Combustible. “Es muy poco lo que Colombia hace para retener eso”, equilibró Teres.

El carburante no solo se fuga en cuatro ruedas. A un panadero de La Concordia, que prefirió el anonimato, pagar las utilidades de 2013 se le convirtió en pesadilla: cinco obreros le renunciaron al mismo tiempo. “Con lo que recibieron, todos se compraron motos. Dijeron que les salía más rentable bajar gasolina”, relató. Aunque parezca, no se trata de un testimonio aislado.

Los nuevos vicios

En promedio, más de 100 empleadores ofrecen trabajo a diario a través de anuncios clasificados. Los oficios más buscados son los de carpintero, mesonero, cocinero, peluquero, electricista y mecánico. A pesar de que la tasa de desocupación en Táchira aumentó de 14 mil a 22 mil desempleados entre el primer y el segundo semestre del año pasado, muchas plazas están quedando vacantes.

“No conseguimos maestros de carpintería como consecuencia del bachaqueo. Están prefiriendo llevar gasolina a Colombia antes que trabajar”, refrendó Elías, como se identificó el encargado de una maderera en La Ermita. Necesita dos carpinteros. Ni porque les ofrezcan un sueldo básico semanal de 2 mil 180 bolívares, “así no hagan nada”, los candidatos se han quedado.

En una de las microempresas consultadas de la zona industrial de Barrancas llevan días vociferando que requieren 10 empleados para el área comercial y dos para el departamento administrativo, precisó el gerente, que se rehusó a identificarse. Los buscan de 18 a 40 años, la franja etaria más gruesa del estado. Pero ningún interesado llama.

“Directamente no nos lo han dicho, pero sí hemos sabido de personal que se retiró y al tiempo nos enteramos que se dedicaron a esas actividades ilícitas”, reconoció el empleador vía telefónica. De hecho, rememoró que una conocida del trabajo estuvo detenida seis meses por contrabandear 70 litros de gasolina.

Al cierre de 2013, los datos más frescos publicados por el INE, 613 mil tachirenses constituían la población económicamente activa. Aunque 96% de esa cifra son considerados “ocupados”, el INE admite que la mitad de esos ocupados (más de 291 mil) ejercen en el sector informal de la economía.

“Mínimo se le gana el doble a cada producto”

“Nunca voy a hacer eso, es un delito y es desangrar al país”, se repetía Ana en el pasado. Comerciante y madre soltera, la inflación y el desempleo empezaron a ahogarla. Ahora, cuando accedió a contar su salvavidas económico bajo condición de anonimato, se le escapa un “nosotros” al referirse a los bachaqueros binacionales. Por cada viaje a Norte de Santander, la tachirense de unos 40 años mete en su carro dos bolsas negras como máximo. Las llena con el champú, las afeitadoras y el jabón líquido de baño que acopia en supermercados de San Cristóbal. Ser una gota dentro de un mar de micro-contrabando de extracción le ha redundado en ganancias de 2 mil 500 a 3 mil bolívares por una “bajada semanal”, buenos para aligerar la carga familiar. “Mínimo se le gana el doble (a cada producto). 

Si compraste una afeitadora en 50 ó 60 bolívares, le puedes ganar de 100 a 120, cambiándolos de pesos a bolívares”. Sin embargo, un par de familiares se dedican al asunto más que ella. “Sí, claro”, responde cuando se le pregunta si aquellos han sobornado a uniformados con tal de pasar mercancía. Ana espera que esta faceta sea temporal. Que dure hasta que “esto se acomode” o hasta que pueda emigrar. “Como bachaquera no me siento bien, es un riesgo. Me siento bien es cuando veo que la semana que bajé (a Cúcuta) alcanzo a tener cómo hacer mercado y pagar los servicios”. En todo caso, ya aprendió a nunca decir nunca, pese a que entiende que está subsistiendo con la ilegalidad.

0 Realice Su comentario Aquí: