Por: Gustavo Gómez Ardila
De pronto nos sentimos como si nos hubieran metido en la cápsula del tiempo y hubiéramos retrocedido más de doscientos años.
No supimos cómo ni cuándo sucedió, pero a la entrada de la vieja casona nos recibieron unas bellas damas, vestidas a la usanza del siglo diecisiete, de faldas anchas hasta el tobillo, blusas de encajes y siluetas hermosas.
El hombre acompañante llevaba peluca, como en sus buenos tiempos, según cuenta la historia.
-¿Y esa joda? –pregunté yo, entre la admiración y el regocijo.
Por lo que veía, se aproximaba una noche encantadora, una de esas noches difíciles de olvidar.
-Bienvenidos a la historia –nos dijo una de las muchachas encargadas de la recepción, poseedora de una sonrisa ancha y tierna y cariñosa.
En efecto, estábamos en la casa donde la historia se hizo realidad, donde nació el general Francisco de Paula Santander, doscientos veintidós años atrás, una noche como la de ahora, fresca, arrullada de lejos por el río y repleta de la brisa que llegaba por el oriente y se metía por entre los árboles y por los corredores empedrados de la casona.
La entrada estaba iluminada con antorchas, pero adentro nos esperaban los faroles y las luces y los festones y sombrillas de colores.
Por las mesas, de blancos manteles y las sillas, adornadas de satín, y las copas, anhelantes de vino, supimos que se trataba de una celebración con banquete incluido. La noche amenazaba sabrosura. Desde uno de los zaguanes, una orquesta de cámara tocaba melodías de ensueño.
Entonces supimos que era una empresa bancaria, que premiaba la antigüedad de sus empleados de cinco, diez, quinces, veinte y más años de servicio a la institución, con un agasajo en el que se combinaba el pasado con el presente y el futuro.
La directora, hija de un ilustre miembro de la Academia de Historia, ya fallecido, había querido que este reconocimiento a sus empleados se hiciera en el altar de la patria, donde naciera el Hombre de las Leyes, en Villa del Rosario.
Hubo discursos, lágrimas, rememoraciones, abrazos, besos y aplausos. Cada homenajeado contó cómo fueron sus comienzos en la institución y algunos se llevaron la sorpresa de ver en pantalla el mensaje de sus seres queridos. Los años no pasan en vano y algunos mostraban las huellas del tiempo en algunas canas, una que otra arruga y algún kilito de más. Pero la alegría era inmensa, a pesar de que, con la comilona, algunos botones volaron, algunas fajas cedieron y algunos encajes no resistieron tanta emoción.
La noche fue corta para tanto agite. Con el pergamino de recuerdo en una botella, los asistentes volvimos a la realidad, al presente, después de haber estado en el pasado. Mercedes Amelia, siempre tan cariñosa, siempre tan amable, nos hizo entender por qué es cierto lo que dicen que “todo tiempo pasado fue mejor”, y por qué es mejor estar en el lugar no equivocado.
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felicitaciones alcalde Dios es justo no ay duda .......
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