¡Viva la fiesta!



Invierno inclemente, carreteras destruidas, viviendas sepultadas por los aludes, gravámenes fiscales inusitados, escándalos por corrupción, corruptos y más… todo eso, a un lado, que a bailar tocan.

Este fin de semana, que será corto para quienes las celebren, Norte de Santander estará lleno de fiestas a las que todos debiéramos asistir, para dejar en el olvido, aunque sea por un fin de semana, los malos días —que han sido los más— vividos en lo que va del año.

Recrearse no es ni un capricho ni un lujo de pocos y de pudientes, es un derecho fundamental del ser humano reconocido por todos los países y para todas las personas, no sólo para los niños y los adolescentes.

Según el artículo 52 de la Constitución colombiana, la recreación forma parte de la educación y constituye gasto público social, y reconoce el derecho de todas las personas a recrearse (…) y al aprovechamiento del tiempo libre.

Además, ordena al Estado fomentar estas y otras actividades.

Pero, como el Estado no tiene los recursos suficientes, todo se queda en letra muerta, en una más de tantas disposiciones legales que al final sólo son una especie de inocuos e intrascendentes saludos a la bandera.

Ante la carencia de la gran infraestructura de parques, balnearios y sitios turísticos que tienen otros países, una forma acostumbrada de recrearse en Colombia es asistir a festejos populares que, como los de este fin de semana, convocan y aglutinan a importantes cantidades de gentes deseosas de distraerse sanamente mientras celebran con cualquier pretexto.

Y eso está bien, porque además de permitirles a las personas un respiro en sus actividades normales y, en algunos pueblos, estimular la economía local, difunden y ayudan a conservar el patrimonio cultural.

¿Por qué negar, por ejemplo, que las peleas de gallos y las corridas de toros son expresiones culturales tan profundamente antiguas y arraigadas como el idioma? Unos y otros animales son protagonistas de muchas fiestas en Colombia. El hecho de que a algunas personas no les gusten estas actividades no niega el que a mucho más sí.

Pero no es tiempo de debates ni de juicios, sino de prepararse para días de diversión y alegría. Que trabajar engrandece, nadie lo pone en duda, pero dejar de hacerlo por unas horas, a nadie empequeñece, y menos si lo que se pretende es alimentar el espíritu y estimular el corazón.

Chinácota, Tibú, Las Mercedes, Villacaro, Villa del Rosario e incluso Cúcuta (con los mercedeños de fuera del departamento en el club de Centrales Eléctricas), son los sitios donde afortunadamente decidieron pensar, aunque fuera por una vez, primero en la fiesta y la diversión, luego en lo demás.

Ya era hora de que la lógica se impusiera. Sólo resta empezar la fiesta.

Divertirse dentro de los límites del respeto y la tolerancia es una de las claves para hacer y disfrutar fiestas de cualquier tipo. 

Ya habrá tiempo para volver al trabajo y para asumir de nuevo las preocupaciones, y para protestar en silencio por las pésimas condiciones de las carreteras y de las calles, y las malas administraciones y, en fin, tantas cosas en las que se va el tiempo.

Por ahora, que suene la música. Y bien duro.

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