Una solución para la frontera


Por: Mario Hernández
Hay que reconocer que el país no le ha dado la importancia requerida a las fronteras, más allá de considerarlas el paso hacia y desde los países vecinos. Y la verdad es que ninguna de esas zonas se escapa de esa realidad, incluyendo a San Andrés y Providencia, que solo es tenido en cuenta cuando hay coyunturas, como el conflicto con Nicaragua, o una emergencia natural. Es triste ver que no hemos logrado encontrarle una vocación para el archipiélago, en tanto que las demás islas del Caribe han logrado desarrollos sorprendentes. En Leticia, también nos pasa algo similar.

El caso de la principal frontera con Venezuela, es quizá el más dramático. Durante muchos años, la prosperidad petrolera de ese país lo convirtió en ‘el dorado’ para muchos colombianos (y de otros países), que lo adoptaron como su segunda patria, al punto de que hoy se calcula que más de cinco millones de compatriotas viven allá, y no se puede desconocer que gracias, en buena parte, a su trabajo y emprendimiento, Venezuela logró ser un país próspero. Por razones conocidas, que no son del caso comentar, la situación allá ha cambiado de manera dramática, y esa riqueza se ha menguado significativamente.

La crisis en la frontera ha desnudado una realidad que no se puede desconocer: ni del lado de allá ni del de acá se ha implementado un modelo productivo que se acomode a las circunstancias cambiantes propias de una dinámica fronteriza, pero que hoy es urgente emprender, así sea únicamente de la parte colombiana, no solo para enfrentar la expulsión de los nacionales, sino para garantizar la sostenibilidad de los pueblos y ciudades a lo largo de los más de 2.500 kilómetros, sin perder la identidad limítrofe.

Hay que reconocer la realidad de lo hecho y lo no hecho. No son ciertas las afirmaciones de uno de los más importantes dirigentes gremiales, que, al inaugurar una oficina en la capital de Norte de Santander, dijo que “Cúcuta siempre ha estado en nuestro radar”, cuando la realidad está lejos.

Racionalmente, una frontera como la venezolana implica riesgos por la volatilidad de las condiciones, comenzando por los movimientos en la tasa de cambio de las monedas de uno u otro lado, el comercio ilegal y los mecanismos de pago, pero es claro que también hay oportunidades que no se pueden dejar pasar y que tienen una fortaleza en la dinámica local.

En ese orden, por ejemplo, Cúcuta tiene que redefinir su vocación enfocándola hacia las ventajas comparativas, que uno pensaría están ligadas a la prestación de servicios en áreas como la educación, salud y recreación, y a la atención de las necesidades fronterizas. Debe ser el puente que conecte a los dos países.

El Gobierno ha tomado las primeras medidas para mitigar la crisis, lo cual es destacable, como acciones de emergencia económicas y de ayuda humanitaria, y el sector privado ha ayudado con solidaridad, pero el asunto no debe parar ahí. Es claro que debe haber una salida estructural que garantice la sostenibilidad productiva local para que pueda, en cualquier momento, enfrentar problemas como el que se vive ahora, y que seguramente se podrá agudizar en el futuro. Sin duda que el Estado debe garantizar la infraestructura básica para que las empresas puedan operar, lo demás corre por cuenta de la iniciativa privada.

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