La frontera en la que el contrabando y el dólar negro imponen sus leyes


En el estado de Táchira, limítrofe con Colombia, la corrupción está institucionalizada.

Así lo percibe el pueblo, que a primeras horas de la mañana del sábado comenzó a hacer cola, otra más, para conseguir los distintos documentos (cédula de identidad, carta de residencia, registro fiscal y recibo de servicio público) que exigen para hacer la compra de alimentos. Todas las críticas se dirigen en contra del gobernador José Vielma Mora, militar considerado uno de los mejores gestores del chavismo. Hasta ahora. 

En la colombiana Cúcuta, al otro lado de la frontera, a la misma hora se vendían productos Made in Venezuela, sacados del país por el contrabando. En la frontera de la colas, del contrabando y del dólar negro, la sofisticación de la mafia local ha atraído hasta Cúcuta a los famosos raspatarjetas o turistas cambiarios, pese a que Colombia es uno de los países que recibe menos asignación del Cadivi, el ente que gestiona la entrega de divisas en Venezuela. 

No importa: hay lugares donde los venezolanos pueden activar sus dólares preferenciales gracias a falsas empresas domiciliadas en Panamá o España, que pasan las tarjetas como si se estuviera en esos países. 

El porcentaje que se cobra por entregar los dólares oscila entre el 14% y el 24%. La corrupción se ha aliado en los últimos meses con el famoso dólar permuta, que en la frontera se consigue a 60 bolívares por cada billete verde, cuando el cambio oficial es a 6,30. Los negocios sucios “son cada vez más atractivos como consecuencia de las inmensas ganancias que genera el diferencial cambiario”, confirma Abelardo Díaz, diputado opositor. 

Cúcuta sorprende a los ojos de cualquier observador perspicaz. En una de sus esquinas se acumulan varias cajas de arroz, aceite, manteca, mayonesa, suavizante, jabón en polvo, pastillas de jabón y cloro. Estamos en la zona de La Parada, lugar habitual de compra y venta para usuarios colombianos. Todo son productos venezolanos, sacados del país por el contrabando, a través de San Antonio o de Ureña. La debilidad de la moneda criolla los convierten en objeto de consumo preferencial. Una parte procede del Mercal, el mercado estatal de productos subvencionados, “que supuestamente el gobierno tiene controlado”, afirma W.O. 

El joven, que prefiere ocultar su nombre por razones evidentes, es experto conocedor de una frontera que recorre todos los días. Del dicho al hecho va una larga frontera que vive entre contrabandos y corruptelas. Entre las cajas venezolanas hay dos productos muy difíciles de encontrar en Táchira. Incluso la famosa harina de maíz, que protagoniza muchas de las colas que durante 2013 se repiten por todo el territorio venezolano, se vende en Cúcuta a un 500% de su precio inicial. 

“En la frontera de Táchira con Colombia se ha institucionalizado la violencia y la corrupción: la gente vale lo que tiene”, dice Díaz. “El contrabando es el pan nuestro de cada día, donde los organismos civiles y militares del gobierno terminan siendo los beneficiados de los grandes negocios que genera”, añade. Alimentos y productos básicos compiten hoy con la nafta, el contrabando de siempre en la frontera, que también rinde pingües beneficios. 

El gobierno regional intentó frenarlo instalando un chip que limita la venta de la nafta subvencionada. Pero “pimpineros” y “bachaqueros”, como se conoce a los contrabandistas, la siguen trasladando hasta el puente de Cúcuta, donde se adquiere sin mayor problema. Si en Venezuela 20 litros cuestan dos bolívares, en Colombia superan los 400. Con una población mestiza no es difícil conseguir cédulas venezolanas o cartas de residencia para así manejar los chips para la nafta. Tanto lugareños como políticos de la oposición señalan a la Guardia Nacional como los tradicionales cómplices que permiten el contrabando a cambio de sobornos o coimas, las famosas “matracas”. Y es que hasta en eso, en su lenguaje, la frontera escribe sus propias palabras en la novela del surrealismo mágico revolucionario

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