Historia de las tradiciones navideñas de Villa del Rosario (III Entrega)


TERCERA ENTREGA

Por: José Francisco Rodriguez Leal

En ese entonces, entre las nieblas de la madrugada, la familia se encaminaba a la iglesia bajo las bombillas mortecinas de la Compañía Eléctrica del Norte, suspendidas en los postes de madera. Las señoritas, con rebozo y vestido más abajo de las rodillas; las damas con pañolón y falda talar. Los hombres, los más pudientes, de punta en blanco y la cabeza descubierta en señal de respeto; los demás, que eran la mayoría, con camisa blanca de cuello y puños duros, pantalones de lino y alpargatas; los adolescentes hasta los diez y seis años, de calzón corto y cotizas.

Don Eleuterio Barrera, quien fue a un mismo tiempo sastre del pueblo, corista de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario y director de la Banda Municipal, hizo debutar en 1940 a su hijo Francisco Antonio, siendo apenas un mozalbete, en la misa de la media noche del 24 de diciembre para probar sus adelantos musicales en la ejecución del armonio y en los cantos gregorianos que él le enseñaba.

José Antonio Ruán Durán, párroco de entonces, mantenía las tradiciones de la iglesia infundidas por su antecesor el padre Pedro P. Serrano, un clérigo apasionado por estas festividades como no ha habido otro.

-Yo recuerdo -evocaba el maestro Barrera enfrente de mí con su bondad de cura viejo y el inevitable cigarro apresado entre los dedos- que en el momento del nacimiento del Niño se apagaban las luces y una cuna hermosamente adornada bajaba en forma perpendicular por medio de una cuerda desde las penumbras del coro del templo cuando se cantaba el Gloria al filo de la medianoche, y era recibida por ocho ángeles que iban entonando el "Arrurrú" desde la puerta de la nave central hasta el Altar Mayor, acompañados por el coro de pastorcitos.

En aquel momento los fieles que abarrotaban las tres naves del recinto se ponían de pie con la emoción contenida en el murmullo de los trajes almidonados y los suspiros ahogados por el rigor de la época; en tanto el repique de las campanas que los niños parodiaban: "Con tinta y papel/ con tinta y papel/ entiérrenlo bien/que no se lo saque el señor comején/, eran lanzadas al vuelo por los mejores campaneros de la época: Luis María Avendaño, Puno Granados, Aurelio Ramírez, Tulio Romero, Germán Quiñónez y Antonio González (Páscaro), confundiéndose con el estallido sin tregua de la pólvora que llenaba el espacio en un clímax de fe que los devotos confundían con la realidad.

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