Aquí nacieron los primeros gritos de aliento, las primeras lágrimas, los abrazos interminables tras cada gol, y el sueño colectivo llamado Cúcuta Deportivo. Esta cancha no solo ha sido testigo de partidos; ha sido el escenario donde se ha forjado una identidad, donde generaciones han crecido alentando al equipo de sus amores.
Por eso, duele ver el estado actual del estadio. La historia, la afición y el legado merecen respeto. Ojalá los organismos públicos y quienes tienen en sus manos el destino de este símbolo cucuteño, comprendan que el General Santander no es solo concreto y césped: es memoria, orgullo y pasión. Es momento de que esté a la altura de su gente, de su historia gloriosa, y no siga en el abandono al que tristemente lo han relegado.
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