A MODO DE INTRODUCCIÓN
Concejo Municipal de Villa del Rosario (1954): De izquierda a derecha: Ignacio Olarte, César Augusto Moreno, Francisco Belén, José del Carmen Rojas y Juan Jaimes Rodríguez, entre los conocidos. (Cortesía Museo Fotográfico La Bagatela).
Por: Francisco José Rodríguez Leal
El miércoles 2 de abril de 2008, fecha del natalicio del General Santander, salí decidido a arrancarle en su residencia la historia del transporte en Villa del Rosario a mi amigo Pedro Agustín Rangel, entre otros testigos excepcionales de la región; pues, Pedro tiene la virtud, como pocos, de recordar con fresca lucidez los acontecimientos del pasado por fútiles o relevantes que sean. Y lo que me proponía investigar, estaba al alcance de su memoria de elefante y de su facundia desenfrenada.
Grabadora en mano y con mi cuaderno de apuntes me invitó a sentarme en los sillones de hule del corredor interior de su vivienda antañona de fauno solitario, y adivinando mis intenciones empezó a bombardearme como un lanzador de pelotas con las situaciones más disímiles del pasado. Yo, como un bateador experimentado, lo dejaba calentar el brazo.
–Concejo honorable en Villa del Rosario, el de Néstor Moros; el del doctor Arocha, que ayudó a fundar el colegio General Santander cuando funcionó por primera vez al frente de la iglesia parroquial en donde queda actualmente el colegio Crecer y Crear. Su rector, entonces, era el abogado de Cúcuta, el doctor Peñuela, el grandote aquel que siempre mantenía ensacado y que apodaban el Oso. Los concejales conservadores eran Luis Eduardo Arocha; el tío de Luis María Avendaño, Teodoro Contreras, y los liberales Jesús María «el Chato» Astidias, Gonzalo Rangel y Joaquín Mancilla Chaustre.
–A propósito, Pedro, ¿cómo era don Teodoro Contreras? –dije interrumpiendo su perorata galopante.
–Teodoro Contreras era un tipo dicharachero, delgado, de sombrero y corbata, que vivió en la casa de Blancamira y su hija Juanita, a quien llamaban picarescamente la Esterera, al lado de doña Silvina Pulido, cerca del Calicanto.
La fama de político honorable de don Teodoro, estuvo asociada a la de donjuán; no sin cierto fundamento, a juzgar por los hijos que le atribuía la canalla con reconocidas matronas de la ciudad.
– ¿Para la época, todavía funcionaba al frente el Cementerio Municipal?
Pedro adoptando un aire trascendental, prosiguió:
–Cuando conocí el cementerio de Piedecuesta, antiguo barrio Los Ejidos, ya se prestaban los servicios fúnebres en el actual del barrio Santander. Pero se veían resteros, bóvedas y escombros de lo que fue el cementerio que al parecer funcionó hasta mediados de 1920 en lo que actualmente es la urbanización Villas de Sevilla: desde la calle 4ª hasta la calle 7ª. Sin embargo, mamá Petra (Pedro fue criado por su abuela después de que muriera su madre siendo un niño), me mostraba el sitio exacto donde sepultaron a mi tía Ana Agustina. «Allí enterraron a la Agustina», me decía señalándolo con el dedo. Le estoy hablando del año 1946-1947, aproximadamente.
Pedro Agustín Rangel: artífice de estas memorias.
El viejo cementerio de entonces,
de paredes pisadas y derribadas a intervalos, dejaba ver en su interior, a
través de los pedazos escuetos de sus muros, las tumbas y panteones
abandonados. Y aunque el nuevo camposanto del barrio Santander se creó por
acuerdo municipal el 11 de agosto de 1878 durante el gobierno del alcalde don
Rosario Olarte, los habitantes reacios a la novedad siguieron utilizando el
viejo hasta la segunda década del Siglo XX, y en lo demás, su versión coincidía
con las reminiscencias que años antes hicieran Pilar García, heredera de la
casa de doña Dolores Guarín, y el cronista Fernando Fonseca Castillo, en una
visita informal que realizáramos a la residencia de aquella en la calle 7a.
N°3-362. Según la profesora Pilar, la vivienda que terminó de construir en 1930
don Abraham Rojas, su propietario original, fue edificada en los terrenos del
antiguo cementerio, y durante las obras de remoción de tierra se encontraron
las osamentas de restos humanos. En aquel camposanto fueron inhumados los
muertos del Terremoto de 1875.
–En la segunda entrada del barrio Villas
de Sevilla estaba la última sepultura perteneciente al hijo de Rafael García,
enterrado en 1926 –afirmó concluyente Fernando sentado a mi lado.
Y así fuimos derivando la conversación
hasta caer por fin en el tema que me traía intrigado: los orígenes del
transporte en Villa del Rosario.
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