NOVENA ENTREGA
Por: José Francisco Rodriguez Leal
El 28 de diciembre, fecha de Los Santos Inocentes, continuaba la diversión. Y las mujeres madrugaban en sus casas a preparar el café con sal para los esposos que al primer sorbo arrojaban entre protestas la bocanada de la humeante infusión, impotentes ante la burla de las compañeras que sin poder contener la risa les espetaban el consabido: "¡Pásela por inocente!".
Durante el día, familiares y amigos se gastaban las bromas más inesperadas, como el pastel con afrecho, el dulce con picante, la aseveración de una noticia falsa o el señalamiento malicioso de un daño o un desaliño en las prendas de vestir.
Todavía algunos fieles recuerdan aquel mediodía de 1949, cuando había un repique de campanas para cada ocasión y el sacristán tocó a rebato "las Plegarias", alertando a la población sobre una calamidad.
Enseguida la multitud se arremolinó en la puerta mayor de la iglesia especulando sobre la posibilidad de un incendio o el desmadre del río Táchira en la ciudad vieja, en su afán por conocer los detalles del siniestro.
Minutos después, vieron salir sonriente al padre Eduardo Valdivieso hasta el umbral, que con la mano en alto les impartía bendiciones:
- ¡Váyanse tranquilos para sus casas, y pásenla por inocentes!
La víspera de Año Nuevo, las comparsas hacían su recorrido portando un ataúd y un monigote que personificaba al rey Herodes, recitando en las esquinas con redobles de bando las "Letanías del Ánima Mea" compuestas por Eugenio García en el barrio Gramalote, y el "Testamento de Herodes" redactado por Fulgencio Rodríguez y Juan de Jesús Astidias en Piedecuesta, en las que satirizaban a los personajes del pueblo y a los políticos de turno.
Una de esas coplas, dedicada a la Cotuda Pilar por su afición a los hombres menores que ella decía: A la Cotuda Pilar/ le dejo mi talismán/ pa' que conquiste los niños/ sin que le vengan a llorar.
-Ánima Mea, así sea. -Contestaba el cortejo.
Y otra de la siguiente guisa tomada del Testamento que tenía como blanco al peluquero, músico y fabricante de jabón del barrio Piedecuesta, Pedro Rodríguez Caballero, que rezaba: Al viejo Pedro Rodríguez/ que deje de ser glotón/ que de pronto se revienta/ de una fuerte indigestión.
Al final de la tarde quemaban públicamente la figura del rey Herodes, autor de la decapitación de los Santos Inocentes, y se preparaban a continuación con sus mejores galas para recibir en el atrio de la iglesia entre el ruido de la pólvora al Nuevo Año, confundidos en efusivos abrazos: amigos, familiares y enemigos reconciliados.
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