SÉPTIMA ENTREGA
Por: José Francisco Rodriguez Leal
Así, muchas veces coincidían hasta tres comparsas distintas en los billares de "Mi Casino" de Jesús María Astidias (el Chato Astidias) o en la esquina de Pedro Emilio Moreno en la carrera 6ª con calle 10.
Y allí donde llegaban "los disfrazados" se armaba la parranda callejera encabezada por la Úrsula, una espigada figura de mujer de tres metros de alto, de hermosa máscara, guantes de raso y enormes pollerones estampados que bailaban cadenciosamente, entre otros, Luis Morales (el Negro) y Hugo Duarte (Palo Blanco) al compás de "la Sambumbia", un instrumento rústico de percusión elaborado por Teodoro Espinoza y ejecutado a cuatro manos en compañía de Cristóbal Hernández, que constaba de una tabla de dos metros de largo por cuarenta de ancho, en cuyos bordes se fijaban dos rodillos de amasar que hacían las veces de puente y en los que se practicaban unos orificios por donde pasaban las cuerdas de alambre que una vez templadas los ejecutantes situados a los extremos: uno con dos garrotes y otro con un pote rectangular y una vejiga de toro seca e inflada, hacían sonar rítmica y bulliciosamente.
La Burriquita, que ejecutaba cabriolas y giros, según manipulara el cabestro su jinete, fue bailada en sus orígenes por Agustín Contreras (Tilinguillo) y Puno Granados, representando el jumento en que huyó la Sagrada Familia a Egipto, según el pasaje bíblico.
La Osa, personificada por Zolilo Villanueva, con su cuerpo de costal de cañamazo cubierto de musgo, espantaba a la muchachada con su imagen horrenda y sus rugidos feroces.
El Toro Candela, con los hachones de su cornamenta y su cola de alambre de púas traslapado ardiendo en llamas, que en una parodia de las Fiestas de San Fermín envestía y perseguía a la multitud entre gritos de horror, encontró sus mejores exponentes en Agustín Contreras, Lino Romero, Pablo mendoza, Marcos Jácome, Marcos Vargas y Roberto Rivera.
La Pelota de Candela, hecha con trapo y alambre o con la cepa de la mata de fique conocida como maguey, era elaborada por Casiano Nieto, Lino Romero y Pablo Mendoza, o por los muchachos de cada barrio que en los primeros días de diciembre hacían colecta para la compra del kerosén donde Rafael Gutiérrez o en la bomba de la Estación del Tren de Natalio Guerrero.
De un día para otro la embebían en el líquido inflamable y hendían por la noches la oscuridad de nuestras calles polvorientas con el resplandor de la bola de fuego que mugía tras el puntapié de los concurrentes o el aventón con la mano, empuñando el alambre largo que se dejaba para este propósito.
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