Por: José Francisco Rodriguez Leal
A petición de un grupo de amigos que no tuvieron oportunidad de conocer esta crónica, reedito para ellos el presente documento que hace parte de un trabajo realizado por mí en el año 2004 a objeto de que afirmen en su memoria los acontecimientos de ayer que hacen parte de nuestra idiosincrasia y que sé de antemano va remover en ellos aquellos hermosos recuerdos del pasado que guardamos en nuestro fuero interno como un verdadero tesoro. Para comodidad de todos lo publico en diez (10) entregas con el único aliciente de que sea compartido más cómodamente de principio a fin durante estos días previos a la Navidad.
INTRODUCCIÓN
No fue fácil recopilar los testimonios de los actores y testigos de nuestras tradiciones navideñas de la primera mitad del Siglo XX. Tampoco, atrapar en el papel los hechos de aquella época. No obstante, en medio de la barahúnda de evocaciones que suscitó esta pesquisa, fueron aflorando unánimes los episodios más significativos de estas conversaciones aun con las diferencias de apreciación de mis entrevistados que miraban con el cristal de su propia experiencia aquellos periodos vividos.
Nada he disfrutado más viéndolos relatar en una polémica fraternal los acontecimientos del pasado tratando de hacer valer rigurosamente sus razones.
A ellos, y a quienes dejaron huella durable en la vida regional, dedico esta tentativa de desempolvar los sucesos del pasado, como un recurso para que no perezcan en el tiempo.
PRIMERA ENTREGA
Si bien es cierto, a finales de los años treinta los rosarienses vivían una situación económica estrecha en un medio agrícola y ganadero en poder de unos pocos hacendados que tenían el monopolio de la tierra, y el incipiente desarrollo industrial se circunscribía a unos cuantos chircales, manufacturas de jabón, molinos de café y la naciente empresa de transporte a gasolina que constituían las fuentes de empleo alternas, la comida abundaba en la mayoría de los hogares, a decir de los personajes de ese periodo histórico.
En aquellos tiempos remotos no existía la costumbre de hacer las exóticas cenas de Navidad y Año Nuevo que hoy conocemos, sino que siguiendo la tradición de nuestros nativos pobladores y por la influencia de los proscritos de las guerras civiles que se daban silvestres en las dos naciones, se sacrificaban los marranos cebados durante el año. Y en los fogones de leña improvisados en los patios de las casas, borboritaban enormes ollas de maíz para la preparación de los bollos y hayacas de pollo y cochino, la "chicha de ojo", la chicha dulce, los buñuelos de yuca, las conservas de mango envueltas en hojas secas de mataburro, las de lechosa "cortadas en tiritas y puestas al sereno de un día para otro" y las de higos con clavo y canela, que intercambiaban generosamente en un ir y venir de recipientes las familias entre sí.
Entre las propulsoras de estos sabrosos envoltorios y dulces de la culinaria tradicional durante los años cuarenta, estaban Josefa de Moreno, Flor Gómez de Useche, Mercedes Hernández y Antonia Rodríguez de García en el barrio Gramalote; Carmen Moreno de Ramírez, Concepción Alarcón de Larreal, Ana Rosa Castillo, María Moreno y Meregilda Sánchez en La Palmita; Ángela Granados de Durán y Avelina Maldonado en el barrio el Centro; Enriqueta Astidias, Ítala Rodríguez de Dávila y Josefa Mancilla en el barrio Piedecuesta; María Concepción Rosario (Concha) en el barrio La Pesa, y Filomena Sáenz de Ochoa e Isabel Rojas en Villa Antigua.
En ese entonces, entre las nieblas de la madrugada, la familia se encaminaba a la iglesia bajo las bombillas mortecinas de la Compañía Eléctrica del Norte, suspendidas en los postes de madera. Las señoritas, con rebozo y vestido más abajo de las rodillas; las damas con pañolón y falda talar. Los hombres, los más pudientes, de punta en blanco y la cabeza descubierta en señal de respeto; los demás, que eran la mayoría, con camisa blanca de cuello y puños duros, pantalones de lino y alpargatas; los adolescentes hasta los diez y seis años, de calzón corto y cotizas.
Don Eleuterio Barrera, quien fue a un mismo tiempo sastre del pueblo, corista de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario y director de la Banda Municipal, hizo debutar en 1940 a su hijo Francisco Antonio, siendo apenas un mozalbete, en la misa de la media noche del 24 de diciembre para probar sus adelantos musicales en la ejecución del armonio y en los cantos gregorianos que él le enseñaba.
José Antonio Ruán Durán, párroco de entonces, mantenía las tradiciones de la iglesia infundidas por su antecesor el padre Pedro P. Serrano, un clérigo apasionado por estas festividades como no ha habido otro.
-Yo recuerdo -evocaba el maestro Barrera enfrente de mí con su bondad de cura viejo y el inevitable cigarro apresado entre los dedos- que en el momento del nacimiento del Niño se apagaban las luces y una cuna hermosamente adornada bajaba en forma perpendicular por medio de una cuerda desde las penumbras del coro del templo cuando se cantaba el Gloria al filo de la medianoche, y era recibida por ocho ángeles que iban entonando el "Arrurrú" desde la puerta de la nave central hasta el Altar Mayor, acompañados por el coro de pastorcitos.
En aquel momento los fieles que abarrotaban las tres naves del recinto se ponían de pie con la emoción contenida en el murmullo de los trajes almidonados y los suspiros ahogados por el rigor de la época; en tanto el repique de las campanas que los niños parodiaban: "Con tinta y papel/ con tinta y papel/ entiérrenlo bien/que no se lo saque el señor comején/, eran lanzadas al vuelo por los mejores campaneros de la época: Luis María Avendaño, Puno Granados, Aurelio Ramírez, Tulio Romero, Germán Quiñónez y Antonio González (Páscaro), confundiéndose con el estallido sin tregua de la pólvora que llenaba el espacio en un clímax de fe que los devotos confundían con la realidad.
Aquella cunita rodante que fuera donada por misia María Vargas Durán, dama principal de la época y tía del ex presidente Virgilio Barco Vargas, que residió en el viejo inmueble del colegio General Santander situado en la esquina de la calle 6ª con carrera 8ª y que auspiciaba, además, la elaboración de los trajes de los pastores y de los ángeles con sus propios recursos, estaba ricamente ataviada con sábanas de seda y con cintas de colores para que fueran tomadas por los ángeles en su recorrido hasta el Sagrario. Llevaba en su interior la imagen hermosa traída de España de un Niño Jesús de tamaño natural, y tenía incrustada en su cabecera una arista de la Estrella de Belén.
Durante el Ofertorio de la misa celebrada en latín, la comunidad devota desfilaba para besar el piecesito del recién nacido; y el coro de la iglesia que integraron por mucho tiempo la familia Guarín Carvajal, las señoritas Ulloa y las señoritas Sanabria, cantaba en conjunto con los pastores los villancicos en español: A Belén todos, El Pastorcito, Sueño de Jesús, Venid Pastorcitos, La Nochebuena, Los Pastores, Los Reyes Magos, entre los más conocidos.
Las Misas de Aguinaldos se oficiaban a las cuatro de la madrugada, y la Novena por las noches a partir de las siete. Desde el 15 de diciembre hasta el 24, inclusive, se hacían las apuestas de aguinaldos -que en muchas ocasiones eran un buen pretexto para enamoriscarse entre los jóvenes-, cruzando los dedos meñiques y coreando el juramento: "Casita de paja, casita de hierro, si usted no me paga se va pa'l Infierno".
Los juegos preferidos eran entonces: Al beso robado, Palito en boca, Tres patas, Al tiento por las espaldas, Al mudo, A dar y no recibir, Estatua, y al Sí y al no.
Con frecuencia los apostadores más avisados se disfrazaban para poder sorprender a sus rivales; sin embargo, cuando alguno de ellos iba a ser cogido desprevenido, la gente lo alertaba al grito de: ¡Pao¡ ¡Pao! ¡Pao!, evitando muchas veces que la víctima fuera tomada por sorpresa; pero si el recursivo jugador conseguía su objetivo y "pegaba los aguinaldos", gritaba inmediatamente: ¡Mis aguinaldos!, entre la carcajada general.
Sobra decir que las apuestas eran rigurosamente pagadas por los oponentes después del desquite que se solía dar.
Don Felipe Sanabria, reconocido como un verdadero santón de su tiempo, que hacía a pie la recolección de los diezmos de la parroquia por las trochas de la zona rural hasta Palo Gordo, elaboraba el pesebre de la iglesia en sus inicios con la colaboración del sacristán Adolfo Vargas en la nave izquierda donde está hoy el Santísimo. Posteriormente, el montaje del Sagrado Misterio se trasladó a un costado de la entrada de la sacristía con la construcción de la capilla que todos conocemos durante el vicariato de Mario Laguado Guerrero.
Antes del auge mercantil por el Lago de Maracaibo, a través del cual fueron llegando en la Locomotora Táchira los juguetes de lata, los muñecos de celuloide y las instalaciones navideñas de Asia y Europa hasta la Estación del Ferrocarril del Km 14, en la morada de nuestros antepasados las ovejas, los pastores y las casitas se hacían de cartón o de barro, y el pesebre familiar se iluminaba con velas de sebo y lámparas de aceite de tártaro.
Después, con la comercialización de la pila de carbón, el ingenio de don Felipe los alumbró con bombillas de linterna e incluso los dotó de movimiento. De allí que el suyo de la calle 7ª entre carreras 3ª y 4ª, en Piedecuesta, que mostraba orgulloso con un puntero a la ola de curiosos, fuera el más visitado.
Cada barrio tenía su conjunto. Y los músicos, entre ellos, Ciro Rodríguez (Calambucho), Hipólito Suescún (Bombarda), Ramón Villamizar, Pedro Useche, Domingo López, Agustín Coronel, Emilio e Ignacio García (el Mudo), Agustín Maldonado, padre de los mellizos Abel y Azael Maldonado, y de Filemón Maldonado, Rafael Maldonado y Antonio Maldonado, apodados los Tunos, Chepe Mancilla, Puno Granados, Nicolás Castro (diestro maraquero), Rogelio Peña, Encarnación Vera, Lino Romero, Miguel Sánchez, Camilo Olarte, los hermanos Lucio y Aurelio Ramírez, Hugo Rojas, Eugenio Rodríguez (el Cantarín), Pedro Rojas (Berrecuque), Encarnación Lamus (Manos Gordas), Juan Vivas y Fernando Jaimes (Cabeza de hacha), daban serenatas en los pesebres recaudando fondos para las misas de aguinaldos de sus barriadas.
Desde el 24 de diciembre hasta el 6 de Reyes, después de solicitar el respectivo permiso ante la alcaldía municipal, salía la comparsa de disfrazados a promover las fiestas de calle con los personajes traídos de Venezuela por los exiliados políticos de la dictadura gomecista, que acompañaron en sus correrías los boyacenses y santandereanos -prófugos a su vez de las refriegas partidistas de sus provincias- con sus instrumentos de cuerda.
Todo apunta a pensar que los precursores de estas representaciones populares fueron los venezolanos Nicolás Castro, su hermano Jesús Castro (el Peteto), Carlos Saúl Villamizar y Teodoro Espinoza; acompañados por los músicos Azael y Abel Maldonado (los Mellizos), Lucio y Aurelio Ramírez, Pedro Rojas, Encarnación Lamus, Juan Vivas y Fernando Jaimes (Cabeza de Hacha), en su primera época.
Después, se podía observar cómo las mismas representaciones con mayor número de participantes salían desde los cuatro puntos cardinales del pueblo contagiados por el entusiasmo de estos pioneros, pidiendo plata de casa en casa para la pólvora de Año Viejo, el aguardiente, la chicha y la cerveza: los de La Palmita, organizados por Pablo Galvis desde la tienda de Víctor Durán; los de Juan Frío desde el sitio conocido como El Caimito; los del barrio Gramalote desde el negocio de Benjamín Moreno que alquilaba los disfraces a cincuenta centavos, en la calle 7ª con carrera 9ª, llamado Buenos Aires y denominado "Punta Brava" por la malicia popular; los de Villa Antigua desde la casa de don Loreto Arias, primer esposo de la doctora Margarita (famosa homeópata cuya mayor clientela era venezolana) o desde el "Centro de Amigos" de don Pedro Julio Ruíz, en la casa de arcos adyacente al monumento nacional La Bagatela donde tuvo su origen la Leyenda del Fraile y el Pacto Culérico; y los del barrio La Pesa, desde las residencias del cabrero Carlos Saúl Villamizar y de su compadre Nicolás Castro, en la calle 4ª con carrera 5ª.
Así, muchas veces coincidían hasta tres comparsas distintas en los billares de "Mi Casino" de Jesús María Astidias (el Chato Astidias) o en la esquina de Pedro Emilio Moreno en la carrera 6ª con calle 10.
Y allí donde llegaban "los disfrazados" se armaba la parranda callejera encabezada por la Úrsula, una espigada figura de mujer de tres metros de alto, de hermosa máscara, guantes de raso y enormes pollerones estampados que bailaban cadenciosamente, entre otros, Luis Morales (el Negro) y Hugo Duarte (Palo Blanco) al compás de "la Sambumbia", un instrumento rústico de percusión elaborado por Teodoro Espinoza y ejecutado a cuatro manos en compañía de Cristóbal Hernández, que constaba de una tabla de dos metros de largo por cuarenta de ancho, en cuyos bordes se fijaban dos rodillos de amasar que hacían las veces de puente y en los que se practicaban unos orificios por donde pasaban las cuerdas de alambre que una vez templadas los ejecutantes situados a los extremos: uno con dos garrotes y otro con un pote rectangular y una vejiga de toro seca e inflada, hacían sonar rítmica y bulliciosamente.
La Burriquita, que ejecutaba cabriolas y giros, según manipulara el cabestro su jinete, fue bailada en sus orígenes por Agustín Contreras (Tilinguillo) y Puno Granados, representando el jumento en que huyó la Sagrada Familia a Egipto, según el pasaje bíblico.
La Osa, personificada por Zolilo Villanueva, con su cuerpo de costal de cañamazo cubierto de musgo, espantaba a la muchachada con su imagen horrenda y sus rugidos feroces.
El Toro Candela, con los hachones de su cornamenta y su cola de alambre de púas traslapado ardiendo en llamas, que en una parodia de las Fiestas de San Fermín envestía y perseguía a la multitud entre gritos de horror, encontró sus mejores exponentes en Agustín Contreras, Lino Romero, Pablo mendoza, Marcos Jácome, Marcos Vargas y Roberto Rivera.
La Pelota de Candela, hecha con trapo y alambre o con la cepa de la mata de fique conocida como maguey, era elaborada por Casiano Nieto, Lino Romero y Pablo Mendoza, o por los muchachos de cada barrio que en los primeros días de diciembre hacían colecta para la compra del kerosén donde Rafael Gutiérrez o en la bomba de la Estación del Tren de Natalio Guerrero.
De un día para otro la embebían en el líquido inflamable y hendían por la noches la oscuridad de nuestras calles polvorientas con el resplandor de la bola de fuego que mugía tras el puntapié de los concurrentes o el aventón con la mano, empuñando el alambre largo que se dejaba para este propósito.
Por aquellos años se disfrazaron Marcos Ferreira (Mamita) que lo hizo hasta su muerte, Gilberto y Juan Ramírez (los Brochas), Gustavo Castiblanco (Talento o Hierro Viejo), José del Carmen Rojas (Buflas), Lorenzo Alarcón (el longevo que fue noticia nacional cuando se casó con una adolescente de 15 años), Hugo Duarte (Paloblanco), Máximo Bautista (Pate'bomba), Carlos Julio Ruíz, Rafael Cardoso, los hermanos Marcos y Víctor Mora, Pacho Castellanos, Carlos Julio Parra (el Tuso), Zoilo Villanueva, Casiano Nieto, Lucio Ramírez, Manuel Durán Granados (el Zorro), Víctor Hernández (Compañero), Juan Espinoza (Calavera), Gustavo Rosales y Ramón Torres.
Entre las mujeres, Liberata Rodríguez, María Moreno (la partera del pueblo), Carmen Moreno, Florentina Moreno, Rosa Moreno, Mercedes Cantor, Lina Rosa Hernández, Gumersinda González de Parra y sus hijas Silenia, Leonor, Rosario y Jesusa (Las Tusas), las hermanas Mercedes, Bernarda y Carmen Ramírez (las Brochas) que en la población pacata de entonces animaban confundidas con las pájaras Teresa Cote, La Cacaito, la Tranvía, la Torera y la Cotuda Pilar, los bailes callejeros que se iniciaban al paso de las comparsas.
En el año 45 quienes tenían el privilegio de poseer los primeros aparatos de sonido, una vitrola o una ortofónica, bailaban pasillos, bambucos, boleros, pasodobles, corridos, tangos, mazurcas, polcas, y los temas de moda "Alma LLanera", "La mula rucia", El barrilito, Carmen de Bolívar, San Fernando y los éxitos de Guillermo Buitrago, entre otros.
En el barrio El Rastrojo de Villa Antigua, por ejemplo, eran reputadas las parrandas en casa de la familia Cañas y de la familia Sánchez; lo mismo que en el barrio La Palmita en la de Víctor Durán, en las que según el testimonio de algunos decanos de la época, se tomaba chicha, aguardiente y cerveza del sifón y de las marcas de entonces, Sajonia, Nevada y Chivo a 15 centavos la botella, producidas con materia prima y asesoría alemana por la Cervecería Santander de Cúcuta, establecida en la calle 13 con avenidas 5ª y 6ª.
El 28 de diciembre, fecha de Los Santos Inocentes, continuaba la diversión. Y las mujeres madrugaban en sus casas a preparar el café con sal para los esposos que al primer sorbo arrojaban entre protestas la bocanada de la humeante infusión, impotentes ante la burla de las compañeras que sin poder contener la risa les espetaban el consabido: "¡Pásela por inocente!".
Durante el día, familiares y amigos se gastaban las bromas más inesperadas, como el pastel con afrecho, el dulce con picante, la aseveración de una noticia falsa o el señalamiento malicioso de un daño o un desaliño en las prendas de vestir.
Todavía algunos fieles recuerdan aquel mediodía de 1949, cuando había un repique de campanas para cada ocasión y el sacristán tocó a rebato "las Plegarias", alertando a la población sobre una calamidad.
Enseguida la multitud se arremolinó en la puerta mayor de la iglesia especulando sobre la posibilidad de un incendio o el desmadre del río Táchira en la ciudad vieja, en su afán por conocer los detalles del siniestro.
Minutos después, vieron salir sonriente al padre Eduardo Valdivieso hasta el umbral, que con la mano en alto les impartía bendiciones:
- ¡Váyanse tranquilos para sus casas, y pásenla por inocentes!
La víspera de Año Nuevo, las comparsas hacían su recorrido portando un ataúd y un monigote que personificaba al rey Herodes, recitando en las esquinas con redobles de bando las "Letanías del Ánima Mea" compuestas por Eugenio García en el barrio Gramalote, y el "Testamento de Herodes" redactado por Fulgencio Rodríguez y Juan de Jesús Astidias en Piedecuesta, en las que satirizaban a los personajes del pueblo y a los políticos de turno.
Una de esas coplas, dedicada a la Cotuda Pilar por su afición a los hombres menores que ella decía: A la Cotuda Pilar/ le dejo mi talismán/ pa' que conquiste los niños/ sin que le vengan a llorar.
-Ánima Mea, así sea. -Contestaba el cortejo.
Y otra de la siguiente guisa tomada del Testamento que tenía como blanco al peluquero, músico y fabricante de jabón del barrio Piedecuesta, Pedro Rodríguez Caballero, que rezaba: Al viejo Pedro Rodríguez/ que deje de ser glotón/ que de pronto se revienta/ de una fuerte indigestión.
Al final de la tarde quemaban públicamente la figura del rey Herodes, autor de la decapitación de los Santos Inocentes, y se preparaban a continuación con sus mejores galas para recibir en el atrio de la iglesia entre el ruido de la pólvora al Nuevo Año, confundidos en efusivos abrazos: amigos, familiares y enemigos reconciliados.
El 6 de enero continuaba la celebración con la llegada de los Reyes Magos. En la iglesia los niños hacían la representación piadosa de Melchor, Gaspar y Baltazar ostentando sus presentes de incienso, oro y mirra; y en todos los pesebres del pueblo al amanecer las tres imágenes eran puestas alrededor del recién nacido.
Por otra parte, el séquito de músicos y enmascarados encabezados esta vez por los Reyes Magos, con los disfraces alquilados en Cúcuta por Pablo Antonio Galvis, se preparaba desde el alba para el cierre de las festividades con un desfile apoteósico desde sus sitios de salida convergiendo a la postre en un solo grupo en la plaza General Fortoul, hoy parque Los Libertadores.
Posteriormente, como en los días anteriores, se desplazaban por los barrios, pedían permiso a los dueños de casa, ejecutaban unas piezas y eran atendidos por ellos con las bebidas, bollos y hayacas que volvían a hacerse con ocasión de esta conmemoración.
Al final, bajaban a Villa Antigua hasta el Centro de Amigos y remataban en La Parada en la miscelánea La Internacional de don Zenón Alviarez.
Dolorosamente en 1948 esas tradiciones se vieron trastornadas por culpa de la contienda bipartidista que condujo al exilio a muchos de sus gestores y protagonistas; la mayoría de los cuales no volvió a su patria chica nunca más, en virtud del régimen de terror impuesto entonces.
Los que regresaron, retomaron cautelosamente la tradición con las nuevas generaciones, aunque no tuvieron otra vez el colorido y la alegría que infundieron sus originales organizadores de los años cuarenta.
Fue así como a los personajes de aquella época se sumaron en el desarrollo del Frente Nacional, el diablo, las calaveras, las brujas, los dominós, los matachines, las viejas, el cura, las mujerzuelas y hasta los superhéroes de la televisión, orientados por los hermanos Santos, con Miguel y Antonio María (Moya) a la cabeza.
Luego, a principio de los años setenta los habitantes del municipio adoptaron la costumbre de elaborar pesebres en sus cuadras y de cantar en ellos los villancicos tradicionales; más tarde, finalizando el Siglo XX, decidieron alumbrar con instalaciones eléctricas las fachadas de sus casas y las calles de sus barrios , en un hecho sin precedentes que despertó el interés nacional, como quedó de manifiesto en la difusión que hicieron los grandes medios televisivos de país.
No obstante, el desestímulo de las altas tarifas de la empresa de energía eléctrica y los concursos realizados con ciertos ribetes políticos por las administraciones locales de entonces, dieron al traste con esta iniciativa de la comunidad, al punto de que el auge suscitado decayó sin remedio en los primeros años del nuevo siglo.
Por estas fechas, la familia Espinoza honrando sus rasgos ancestrales, exhibe en el barrio Fátima como una reminiscencia, el Toro de Candela, que se ha convertido para ellos en una especie de emblema familiar, mientras un remedo de aquellas tradiciones se realizan con ocasión de la quema del Año Viejo cuando en la cincuentena de barrios del municipio, los muchachos disfrazados en sus cuadras hacen retenes a los carros pidiendo dinero para la pólvora de un muñeco desmadejado que sostiene en sus manos de trapo una botella vacía de aguardiente.
De la conmemoración del día de los Reyes Magos queda tan sólo el vago recuerdo de ayer gracias a los "padres de la patria" que haciendo alarde del mar de un centímetro de profundidad de sus conocimientos, trasladaron para los lunes las fiestas de guardar haciendo que en muchos hogares el pesebre que se alumbraba hasta el 2 de febrero, día de la Candelaria, se desmantele después del 1º de enero; y que la llegada de los reyes para la adoración del Divino Niño haya quedado convertida en el primer puente festivo para el remate de las rumbas de fin de año con caravanas de bañistas escandalosos que marchan apelotonados entre utensilios de cocina hacia los ríos del municipio del Zulia.
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Intereseanre relato de la histori de nuestro bello municipicio afectafo por la violencia y por la corrupcion politica de quienes nu ca han sido hijos de esta hermosa tierra que los ha recibido de manera cordial y le ha dado abrigo
Que interesante este relato
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