Por: José Gregorio Vielma Mora
Cada día nos convencemos más de la interrelación existente entre los problemas más urgentes padecidos por las venezolanas y venezolanos. Sin duda, la violencia en nuestra sociedad es un problema profundo cuyas causas están por aún determinarse.
La opinión común, la atribuye al consumismo, la desintegración familiar, la violencia doméstica, en fin, todas las razones que cualquier criminólogo o sociólogo le sería relativamente sencillo concluir y, a partir de allí, extrapolar esas causas a consecuencias como el abandono escolar, el consumo temprano de alcohol y drogas, el embarazo adolescente y otra serie de situaciones lamentables que afectan a nuestra juventud.
Pero me atrevería a dar otra perspectiva a la búsqueda de los orígenes de la violencia delictiva en Venezuela, más ligada a nuestro propio proceso histórico y evolución como pueblo en el contexto de un país petrolero que no ha podido superar su dependencia estructural al rentismo.
Al mirar atrás y situarnos en las décadas de 1940 a 1960 vemos a una Venezuela evolucionando políticamente por distintas etapas, con avances y retrocesos, pero con un proceso social sostenido de abandono del campo de su población para ir formando cinturones de pobreza en nuestras ciudades más importantes. Así que, una primera causa que explica la violencia actual es el desarraigo cultural de un pueblo que pasó de ser campesino con patrones de consumo estables y naturales, a grandes masas de población que, en las ciudades, aspiraban a un empleo que le diera el sustento a su familia. Una Venezuela no industrializada hizo al Estado responsable de absorber con empleo –en obras públicas y burocracia gubernamental- a esa enorme masa que abandonó el campo.
Así llegamos a la sexta década del siglo XX con un modelo político liberal burgués que debió al menos, desde el punto de vista de la doctrina capitalista, encargarse de estimular la inversión de capital en el sector industrial como alternativa viable desde el punto de vista social. Pero no fue así, al contrario, se acentuó el carácter rentista de nuestra economía y 20 años después de instaurarse –hacia 1980- ya el modelo liberal-democrático mostraba el fracaso estrepitoso, con una deuda externa que nos empobreció gradualmente hasta finales del siglo XX, con un marcado y descarnado acento neoliberal en la última década -1990- que elevó la pobreza a los niveles nunca vistos.
No debemos olvidar que hacia mitad de la década de 1970, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez se inició un proceso migratorio de hermanas y hermanos colombianos, al cual nunca se le puso control ni muchos menos planificación alguna.
Para 1980, todas las principales ciudades poseían grandes cinturones de miseria. La familia campesina venezolana había quedado muy atrás y ahora vivíamos bajo patrones culturales distorsionados producto de medios de comunicación –radio y tv- irresponsables que desarraigaban cada día más el “ser” venezolano para transformarnos en una sociedad consumista sin base productiva alguna.
Allí debemos buscar los orígenes de la violencia que vivimos hoy. Cuando oigo a algún desafecto a este gobierno decir que “Éramos felices y no lo sabíamos” me da mucha pena porque deberían decir “Éramos felices porque no sabíamos ni estábamos conscientes del mal camino que llevaba la República”. Todos estos polvos traen estos barros, como diría un periodista venezolano. Y no faltarán las argumentaciones según las cuales nosotros los chavistas atribuimos los males actuales a la 4ta. República, pero es que estos problemas estructurales no se forman en pocos años. Son estructurales precisamente porque su raíz es profunda y se amalgama en formas culturales anómalas de falta de identidad –familiar y nacional- de falta de sentido de pertenencia a la sociedad con relevancia al interés individual sobre el interés común.
No se puede explicar que superado los altos niveles de desempleo, con políticas sociales exitosas –Misiones- reconocidas mundialmente y una elevada inversión gubernamental en materia de seguridad ciudadana, la violencia en Venezuela siga creciendo.
El tema de la seguridad ciudadana hay que seguirlo analizando porque en nuestro país no se puede explicar la violencia sin recurrir a deterioros estructurales que no hemos podido superar. La actual política –que apoyamos sin duda- incluyendo la OLP (Operación Liberación de nuestro Pueblo) es necesaria y justa, pero debemos seguir actuando en la educación familiar y formal, en la organización del pueblo para contrarrestar a la delincuencia y, en definitiva, en un cerco social de conciencia y opinión que acorrale el problema de la violencia y la delincuencia. Sin el pueblo no hay soluciones efectivas.
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