Crónica de un obligado viaje a Cúcuta

Esa extensa espera en el aeropuerto Camilo Daza de la ciudad fronteriza de Cúcuta,  nos hizo reflexionar sobre las instalaciones de este tipo  en ambos países.

Por Omar Ocariz  – Tuve la  necesidad de ir a Cúcuta, no por la carencia de papel higiénico en mi hogar. Exigencias de hoy por las difíciles condiciones que  en Venezuela  se presentan nos instaron a la solidaridad familiar para llevar a una persona de nuestro afecto que iba de viaje al exterior y que no tuvo otra opción que salir por el  aeropuerto de  Cúcuta.

Nuestro periplo se inicia en Rubio, capital del municipio Junín del estado Táchira, a eso de las 4 de la tarde de un reciente día de este año de gracia,  o de desgracia,  como algunos quieren calificar a este 2015.

Primer puesto de control de autoridades venezolanas, alcabala de Las Dantas, ubicado a unos seis kilómetros en la vía de Rubio – San Antonio.  Lo incómodo allí, como en todos los puntos de control fronterizo, es que los funcionarios de guardia le dan a los usuarios de la vía un tratamiento displicente y dominado por una aparente  irreverencia- no se entiende  si es por la rutina de un represivo trabajo o creyéndose ungidos por la ley-, confundiéndolos con potenciales contrabandistas de gasolina o simplemente  “bachaqueros”, expresión con la cual hoy se  identifica a los que se dedican al tráfico ilegal  de productos subvencionados por el gobierno venezolano. En todo caso,  en el túnel de los ilícitos negocios del contrabando,  podrían ser estos personajes los cómplices  perfectos de los funcionarios encargados del control fronterizo.

Segundo puesto de control, alcabala de Peracal, igual impresión que en el anterior, solo que allí se aprecia  la discriminación  al ciudadano común y corriente cuando viene de regreso, que tiene que hacer la cola con su vehículo para el incomodo control policial y militar, mientras que los funcionarios oficiales y los protegidos del régimen, en sus exquisitas unidades automotoras,  utilizan un canal de contraflujo especial para tal fin.

Tercer puesto de control, unos 300 metros después de pasar el de Peracal, ubicado en las instalaciones donde,  en otra época que ya parece remota,  funcionó el cobro de peaje vial. Allí pareciera  difícil escapar a la verificación del porta maleta del vehículo para constatar que no lleve los productos identificados con la cesta básica que consumen los protegidos “patriotas venezolanos”.
Cuarto puesto de control, un punto móvil ubicado 20 metros antes de pasar por las instalaciones de la aduana en San Antonio. Generalmente, el conductor tiene que  abrir nuevamente el porta maleta de su vehículo, además, soportar que  el o los funcionarios de guardia le introduzcan la cabeza por la ventana de la puerta del conductor para verificar el indicador de gasolina.  Si este refleja que el tanque va full de combustible, te desvían a la derecha  hacia un sitio colateral,  donde aparece una persona con una pimpina-vasija de 20 litros de capacidad- y una  gruesa manguera para sacarle más de la mitad del contenido de gasolina.

Quinto puesto de control, instalaciones de la aduana de San Antonio,  que en la mayoría de los casos se pasan sin muchos problemas, aún cuando pudiera haber una requisa sorpresiva.

Sexto y último puesto de control, unos 40 metros después de pasar las instalaciones de la aduana y a unos 80 metros de la línea divisoria entre Colombia y Venezuela,  en el puente Libertador. El mismo control que los anteriores,  pero  con el ingrediente de que a los motorizados los obligan a hacer cola por un improvisado canal marcado con un lazo o cuerda y conos rojos. La requisa pareciera ser exigente. A las motos, también,   les  controlan si están pasando con el tanque de gasolina lleno, al cual,  como mucho, solo le deben caber unos 10 litros. Si ello es positivo, al parecer, les retienen la mitad de su contenido. También hacen bajar al segundo pasajero y lo requisan. Pero allí no termina la proeza venezolana, pues, en el espacio de unos 20 metros,  pueden estar ubicados algunos militares o agentes policiales que pudieran ordenar que te detengas para realizar una última requisa.  Finalmente, tanto a vehículos como a motorizados  se les permite seguir su viaje para llegar a territorio colombiano, que se encuentra a unos 60 metros, ¡si, 60 metros de distancia de la línea divisoria en el puente internacional Libertador!

Un agregado importante. Es oportuno indicar que en el caso de que los viajeros sean venezolanos y tienen en su ruta  ir hacia el interior de Colombia  o,  vía aeropuerto para viajar a otro país, como fue la situación de nuestro familiar,  deben, previamente,  pasar por las oficinas del SAIME en San Antonio para que le sellen la salida en su pasaporte.  Esta es una diligencia que, de manera afortunada, ese día no presentó inconveniente alguno, se hizo en el tiempo record de unos 10 minutos. ¡Alabado sea el señor!, dijimos.

El pasaje de nuestra pariente, señora de 84 años que tiene su único hijo viviendo en la ciudad de Orlando, Estados Unidos, indicaba que debería estar en el aeropuerto Camilo Daza de Cúcuta a las 2 de la madrugada para iniciar su chequeo. El vuelo estaba previsto paras las 5 am.

La estancia en el aeropuerto de Cúcuta fue larga, llegamos allí a las 10 de la noche  y estuvimos hasta las 4 y 30 de la madrugada del día siguiente, hora en que salimos a hacer la cola en los límites de Ureña para regresar a Venezuela. Bien conocido es que el gobierno venezolano ha decidido, unilateralmente, desde el pasado mes de agosto de 2014, cerrar la frontera entre las 10 de la noche anterior hasta las 5 de la mañana del día siguiente.

Esa extensa espera en el aeropuerto Camilo Daza de la ciudad fronteriza de Cúcuta,  nos hizo reflexionar sobre las instalaciones de este tipo  en ambos países. En el nuestro, Venezuela,  el aeropuerto de más movimiento en el Táchira es el de Santo Domingo,  distante unos 45 minutos de San Cristóbal. Se construyó, originariamente, como una pequeña base militar aérea y,  para habilitarlo como aeropuerto civil, ha sufrido una serie de modificaciones que la imagen que da es la de un adefesio incongruente con las funciones que se le pretenden dar. El pasajero común y corriente tiene que ingeniárselas para utilizar sus servicios: sala de espera pequeña, afuera existen una serie de negocios para el consumo alimenticio y bajo el inclemente calor que casi siempre en esa zona impera y que es superior a los 30 grados centígrados. En Santo Domingo, las actividades de aeropuerto civil han estado bajo la conducción militar, es ello lo que lo ha convertido en un pastiche que nada tiene que ver con el exigente y eficiente servicio que significa su uso de aeropuerto civil.

En el caso del aeropuerto Camilo Daza de Cúcuta llama la atención la visión colombiana de servicio público. Es un buen ejemplo para observarse. Funcional, instalaciones de sobria construcción que incluye cómodas salas de embarque y de control de salida,   organizada zona comercial, salas de baño múltiple con un mantenimiento permanente, impecable en su limpieza, salas de espera y cómodas oficinas para el personal que allí labora. Un estacionamiento amplio y bien organizado y una vialidad interna bien demarcada, así como una vía de acceso muy bien concebida. ¡En hora buena por los colombianos!

No perdamos las esperanzas. El moderno puente internacional de Tienditas, que en estos momentos está en construcción y que recientemente se informó que pudiera estar concluido para finales del próximo mes de septiembre, nos puede brindar un excelente servicio, tanto a venezolanos como a colombianos, que haga la comunicación entre ambos países más humana. Que, por supuesto, la comunidad binacional tenga un comportamiento civilizado, hospitalario y de buena vecindad. Claro,  se entiende también que las autoridades de los dos países deben asumir una actitud de cambio profundo en sus costumbres y políticas en relación con la situación fronteriza y el tratamiento al ciudadano. De verdad ¡Soñar no cuesta nada!


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