Grupo de danzas Cultura y Paz conformado por las niñas del barrio Buenavista II.
Martha se sienta junto a mí. Busca en el computador de sus hijos un archivo titulado “El cáliz de mis sangre, versos al ocaso, líricas al alma”. Es su libro de poemas que aún no ha publicado, una creación poética que lleva más de 14 años escribiéndose.
“Ahí, hay muchas Marthas, ahí soy muchas mujeres”, me dice, mostrándome los poemas. Algunos fueron escritos para sacarse el dolor por la injusta muerte de su esposo y otros muestran ese perdón, esa evolución emocional en la que siente que ella se ha convertido en artista de la vida, en una mujer que debe trasmitir ese mensaje a quienes han vivido una historia similar a la suya.
Va leyendo rápidamente cada poema, empieza a declamarme con la fuerza y el tono poético que la caracteriza. “Hombres de luz, vamos todos a parir estrellas, a engendrar la luz de la esperanza, seamos para la luz, seamos faros…
Hace una pausa para decirme:
-¿Se imagina una persona pariendo estrellas? Debe ser muy doloroso. Pero esas son las cosas que se me ocurren. Por eso la gente dice que estoy loca.
Martha nació en Cartagena, es hija de una santandereana y un caleño. ¡Imagínese esa recocha! exclama cuando le pregunto por sus padres. A los 7 años se vino a vivir a Cúcuta con su mamá y sus hermanos. A los 9 años empezó a escribir y a leer mucho. Se la pasaba encerrada en bibliotecas, escribía poemas. Su mamá la llamaba loca, pensaba que su hija tenía problemas mentales, porque ella se distraía con el vuelo de las mariposas y se extasiaba con cualquier fenómeno natural, tanto que sólo pensaba y respiraba poesía, “me salían cosas bonitas cuando escribía”, dice recordando su infancia.
Escribir para sacarse el dolor
Una noche su suegra la llamó. Le dijo que se sentara, que no se alterara y le comunicó la noticia de que su esposo había muerto por causa de paramilitares. Todo ese dolor tenía que botarlo de algún modo. Ella lloraba con amargura, su mirada permanecía perdida en la realidad, como buscando respuestas a su agonía. Decidida agarró un lápiz y escribió en el primer papel que encontró, de esas letras surgieron los versos de ‘La viuda’, poema que escribió y en el que exteriorizó todos esos sentimientos.
"Yo me di cuenta de que la poesía mueve almas, llega allá a la fibra y hace que se contacte con la otra persona”, dice Martha sobre esa experiencia participando en recitales de poesía, que poco a poco llevo a que organizaciones como Reconciliación Colombia la apoyaran y la llevaran a distintas partes del país a contar su historia.
Como poetisa Martha no buscaba las historias, fueron esas historias las que llegaron a ella. En el Meta, en un evento, ella recitó algunos poemas y la gente del público además de acercarse a felicitarla por su talento, le contaban sus historias. Varios de sus poemas tienen por títulos nombres de mujeres, que le decían: “Yo le cuento a usted lo que no le conté al psicólogo, al personero, porque yo siento que usted sí me entiende”. Desde ese momento surgió en ella una necesidad de dar a conocer esas historias a través de la poesía, porque no es lo mismo hablar del conflicto en cifras que comprender a fondo los sentimientos de quién lo vivió.
Sueños de paz
Hace tres meses Martha llegó a la urbanización Buenavista II en Villa del Rosario, allí vive en una casa de interés social que aún está en obra negra y carece de muchas comodidades. Organizó un evento con sus vecinos en el barrio, que ella denominó: El canelazo por la paz, esa noche los hizo brindar y les preguntó qué tipo de arte les llamaba la atención. Algunos dijeron que el baile, el canto y que a los niños y jóvenes les gustaba mucho pintar.
Logró llamar la atención de los habitantes de Buenavista y pronto creó un grupo de baile, primero con los niños y luego con los adolescentes. Ella busca las faldas prestadas, cuando los llaman a eventos, bailan descalzos porque no tienen para comprar cotizas, pero como puede consigue el transporte, con tal de mantener su escuela de artes empíricas, como la llama. Martha no ve obstáculos, es recursiva y se las arregla.
Dos o tres veces a la semana, durante la mañana los niños del barrio acuden a su casa, en ocasiones sin desayuno. La diminuta sala se llena de aproximadamente 20 niños entre los 5 y 8 años, todos gritan y se muestran ansiosos por llenarse las manos de pintura y recibir una hoja y dejar volar su imaginación.
Martha les explica en qué consistirá la dinámica del día, escribe en la parte superior de las hojas en blanco el título de algunos de sus poemas, ella quiere que sean estos niños los ilustradores de su poemario. Los niños deben pintar de acuerdo con lo que les trasmita esa palabra, leen en voz alta, meditan algunos segundos y con pincel en mano y el color que les llama la atención comienzan desplegar su genio artístico.
Algunos terminan rápido, toman más papel y pintura y siguen dibujando en su abstracta y psicodélica forma de entender el mundo, pero sobre todo la guerra, porque entre los títulos del poemario de Martha, se encuentran palabras como: perdón, la viuda, el mensaje, carta al difunto, adiós a la guerra, entre otros.
El espacio es estrecho, hay que tener cuidado de no arruinar las pinturas porque se están secando en el pasillo, mientras que en la sala que no tiene baldosa y es puro concreto hay un reguero de niños que pintan y se engrudan las manos de témperas y son felices haciéndolo.
Media hora después llegan los adolescentes. Esperan a Nelson Ortega el pintor que la ayuda a orientar estos talleres de creación artística. Los pinceles, las hojas, las pinturas, las acuarelas y demás materiales los consigue con ayuda de sus amigos que conocen su labor y la apoyan. Hasta el momento la Misión de apoyo al proceso de paz en Colombia (MAPP-OEA) es la organización que le brinda ayuda.
Los niños y jóvenes que participan invierten su tiempo libre en la pintura. Este año con la orientación del pintor Nelson Ortega y la aplicación de las distintas técnicas de arte que él les enseña se ha concluido que tienen el talento para exponer sus obras en museos y vivir el arte.
Es así como estos artistas se proyectan un futuro esperanzador ante la complejidad de su realidad, siendo su arte el talento para expresar sus pensamientos y transformar su entorno.
“No es un conflicto armado, es un conflicto social”
Martha todo el tiempo está soñando, dentro de poco se inaugurará el salón comunal de Buenavista que será el espacio ideal para continuar con sus talleres artísticos. Ella quiere replicar su método resarcirse, método que se llama así, por esa terapia artística que involucra procesos que desde el dolor invitan a la paz y a la reconciliación.
Son 4 años los que lleva esperando para que el estado la reconozca como víctima, para ella los funcionarios que tramitan esos procesos son unos insensibles, principalmente porque creen que un desplazado es alguien cubierto de harapos, con la tristeza marcada en su rostro, la cantidad de hijos huérfanos y viviendo en la mendicidad por falta de oportunidades. Eso no es así, que el hecho de que la vida los haya golpeado no significa que deban conformarse con lo poco les dan.
A la paz no se llega simplemente dialogando, a la paz se llega con acciones, eso piensa Martha cuando habla de su proyecto y las ganas que tiene de trabajar con personas de Norte de Santander que han vivido lo mismo que ella y que necesitan el arte como terapia de sanación.
“No es un conflicto armado, es un conflicto social porque lo más importante es sacar ese dolor que no deja que sus corazones palpiten con libertad”, dice ella con sus ojos iluminados y la esperanza en su rostro creyendo en su sueño del arte como catarsis del alma.
Tomado de La Opinión
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