En una villa nuestra

Por: Gustavo Gómez Ardila

La mamá, doña Manuela de Omaña y Rodríguez, le decía Pachito. El papá, José Agustín Santander y Colmenares, lo llamaba, en tono cariñoso pero enérgico, Francisco de Paula. La maestra, doña Bárbara Josefa Chávez, le decía Santander, a secas, y sus compañeros de infancia lo llamaban Quico.

El día de su nacimiento, 2 de abril de 1792, padres y nonos y tías se arremolinaron al pie del ‘Almanaque de la Cabaña’ para escogerle un nombre de acuerdo al santo del día. “San Francisco de Paula”, decía el calendario. Buscaron, entonces, en el ‘Almanaque Brístol’ y hallaron el mismo nombre. De modo que se lo cancharon. Nombre de héroe, indudablemente.

Según dicen los historiadores, Pachito o Francisco de Paula Santander Omaña dio muestras de una inteligencia brillante. Por ejemplo, en lugar de jugar en su play station, prefería montar en su caballito de palo y, en ocasiones, como todo niño cucuteño, no iba a la escuela por largarse a elevar cometas aprovechando las brisas del Pamplonita, (no las Brisas, el bambuco, sino las brisas que venían del río).

Cuando terminó la primaria, los papás se vieron en el dilema de qué colegio buscarían para que Francisco siguiera sus estudios y no terminara en un vago. No tuvieron que pensarlo mucho, pues vino en su ayuda el canónigo Nicolás Omaña, hermano de la mamá y vicerrector del colegio San Bartolomé, en Santafé.

- Mándenme al carajito ese –les dijo-, que yo aquí lo pongo en línea. Conmigo dejará la vagancia. Yo haré de él un buen estudiante y un buen patriota.

Al muchachito no le cayó muy en gracia la idea. ¿Estudiar y ser patriota? Seguramente se dijo: “No me crea tan toche”.

Pero su tío, el canónigo, se salió con las suyas. Santander Omaña Francisco de Paula fue un estudiante sobresaliente en el San Bartolomé y, además, le cogió gusto al patriotismo, que se le volvió una pasión.

Era estudiante de derecho cuando se dio la revuelta del 20 de Julio de 1810. Su tío, el padre Omaña, formaba parte de la Junta de Gobierno, lo mismo que sus profesores de derecho Emigdio Benítez y Frutos Joaquín Gutiérrez.

Desde entonces Francisco se dedicó a la política, y cuando hubo que tomar las armas para defenderse de España, lo hizo sin que le temblaran los calzones ni el bigote. Ganó unas y perdió otras, porque en la guerra como en fútbol, a veces se gana y a veces se pierde. Pero fue el organizador de la Victoria, preparando en Los Llanos el ejército que le daría la pela a Barreiro y al andamiaje colonialista que España había montado en estos contornos.

Una vez ganada la pelea, a Santander le tocó lo más difícil: organizar la naciente República. Bolívar siguió peleando y Francisco se dedicó a poner a andar la República. Se echó enemigos y ganó amigos. Le echaron la culpa de la Noche septembrina y lo desterraron. Pero volvió y siguió mandando hasta que pudo. El 6 de mayo de 1840 murió.

Por eso hoy, los académicos de historia estamos de fiesta. Nos reuniremos esta tarde en la casona de Santander y le rendiremos tributo al más grande nortesantandereano de todos los tiempos. Habrá discurso, panegíricos, y hasta es posible que a algún académico se le ablande el bolsillo y se presente con una vinillo. Francisco de Paula Santander se lo merece.


Tomado de aquí

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