. 1.-Hay personas, que nacen con el don de darse y
ser eficientes. Además -con su trajinar en el servicio y la atención al
detalle- lo pulen y desarrollan. Y, con su consejo y asistencia -pronta y
oportuna-, le otorgan a la vida, quizá la noción más práctica de su verdadera
utilidad y esencia, porque con ellos, se aprende, capta y entiende no solo la
concepción del tiempo, la validez de la salud y la existencia de fundamentos
mayores y trascendentes, sino: el tratar de comprender la razón o motivo del
porque estamos aquí y para qué. Y, esas personas, que viven en permanente
función de ser y hacer, porque les fluye y agrada repartir la información o el
conocimiento que ellos ya poseen -y procuran que se difunda y no quede como en
baúles o arcas que se ocultan y no se abren-, auspician encuentros, promueven
reuniones y son felices dialogando y compartiendo vivencias. Además -y,
contrario a muchas gentes-sus sitios de residencia- son lugares de constante
valoración y estudio, porque en cada cita o reunión hacen acopio de ayudas y de
aportes, para facilitar el avance o al menos la tranquilidad de quienes
encuentran en ellos: refugio, luz, o al menos una voz de reconvención, claridad
o consuelo. Sí, porque ellos, por su naturaleza y pródiga actitud, son soportes
de asistencia y especialmente para quienes acuden en su búsqueda por factores
confusos, complejos y hasta -en cierto modo- inexplicables.
Porque el
licenciado Édgar José Niño Prato, era así, y siempre dispuesto, a la
facilitación del consejo, la sugerencia o análisis del caso, para confrontar
las causas, razones o motivos de lo que estaba aconteciendo y con un ánimo y
actitud de amistosa y cordial deferencia, quienes supimos de su fulminante y
humana despedida, al sobrevenir el inexorable cumplimiento de su tiempo y el
obligado tránsito de todos los mortales hacia dimensiones distintas, si bien
comprendemos lo que significa ese momento, experimentamos la dura pérdida de un
gran ciudadano, que hizo de su vida un dar continuo y una ejemplar y viva
enseñanza.
2.-Quienes en los últimos años fuimos parte de los temas y
consideraciones que con él se debatían y compartimos en su casa, profusas y
cautivantes charlas referidas a sus preocupaciones y cavilaciones sobre la
suerte de la ciudad, la región y el país, sin olvidar lo que sacude al mundo y
lo que ocurre en sus cuatro puntos cardinales, así como sus perspectivas, en
una continua referencia a pasadas culturas y a hechos y sucesos que relatan la
historia del hombre, en su vinculación al universo y ante la presencia de Dios,
elevamos una plegaria por su alma, convencidos que hallará la paz que tanto
anhelaba, porque fue fiel a su tarea y un sembrador de los mejores frutos y
esperanzas.
3.- A su señora, Isabelita -también docente y de calidez ilímite- y
a sus hijos, familiares, amigos y conocidos, los sentimientos de solidaridad y
compañía, que nacieron, bajo la tutela de ese gran árbol, cuyo follaje y sombra
ahora nos incentiva y alienta, para proseguir la brega y entender que todo
tiene su tiempo. Y, que nada se pierde. Que el recuerdo de “Don Édgar” o del
maestro, para tantos que fuimos sus discípulos y amigos, sea un agradecimiento
y afecto imperecedero, porque es evidente que lo auténtico y los grandes seres,
no se olvidan, porque siempre: permanecen.
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